viernes, 7 de noviembre de 2008

RAUL PACHECO BLANCO

NOVELA



LA ESCUELA DE LOS COLUMNISTAS

CAPITULO 1

Nosotros habíamos recibido una invitación de la dirección del periódico para tratar sobre la nueva diagramación que se le haría al diario, en donde estaban incluídas todas las secciones, como la editorial, que era el caso nuestro.
En lo que a nosotros se refería, como columnistas del periódico, debíamos atender las pautas que se nos iban a señalar .
Ya había llegado el místico Juan, que emanaba ternura por todos los poros y se derretía sobre todo delante de las señoras.
Ya era casi un santo, un profeta laico, atendido como tal y venerado por sus lectores, quienes recortaban los artículos y los ponían en los corredores de las empresas, y se podían ver en las fotocopiadoras, donde los tenían para que las personas los escogieran y decidieran, cual de ellos se fotocopiaba.
También el mono Javier, mamagallista insigne, trotador de mundos, que cambiaba de residencia cada rato,; Atanasio, a quien llamaban el prócer por sus posturas de bronce, que por cierto luego se supo que no era por dárselas de prócer, sino porque no veía y estaba casi al borde de la ceguera. Por eso cuando se encontraba con alguien, o cuando hablaba, se echaba para atrás y ponía un semblante y un continente epónimos que sonaba a pedante, pero no había tal, era que no veía a su interlocutor y no sabía a quien saludaba o con quien se había encontrado. Eso era todo.
Urbano, un hombre enamorado de los temas cívicos.
Pepino el breve, un político que sólo escribía temas de mercadeo político, Ernesto, un escéptico , un izquierdista que contaba con una fisonomía que no se sabía bien si se parecía a Trosky o a Lenin, o de pronto a Marx. Era como una mezcla de los tres. Lo cierto es que se desprendía de su rostro, una como crueldad asiática .
Y una niña con cara de gitana, que era la encargada del consultorio del amor.

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