jueves, 28 de julio de 2011

UN LAUREANO GOMEZ MARXISTA.

POR: RAUL PACHECO BLANCO.
Lo bautizaron como Laureano Gómez, para hacerle un homenaje al jefe conservador más importante de su época, en una Zapatoca que conjugaba el conservatismo con el confesionalismo, pues allí solo producían curas y monjas para surtir el déficit que mantenía la iglesia católica.
Ese fue el entorno dentro del cual creció el muchacho, que anduvo luego por el colegio Santander, que ya de por si empieza a cambiarle la cara , pues el laicismo que se respiraba era muy distinto al de incienso y mirra de su nativa Zapatoca y al de su familia, en donde había hasta obispos.
Y desde luego, no resistió el voltaje de la Universidad Nacional, Porque allí o se vive el impacto de las desigualdades sociales, se hace consciente de ellas y reacciona para empezar la lucha social, o por lo menos se contagia de ese activismo que va desde la huelga, la piedra y la fabricación de bombas envueltas en papas ..
Pero al mismo tiempo en la universidad nacional también se respiraba un aire intelectual, que bien percibido conlleva una vocación de estudio y de investigación, de la cual también se enamoró Laureano.
Una vez terminado su ciclo académico vino el profesional. Y ahí fue cuando tomó partido por el derecho y se dedicó a ejercerlo y a seguir aprendiéndolo. Y si en la Universidad alcanzó a ver alguna salida política y vivió sus escarceos de revolucionario, bien pronto se decepcionó de esos medios y se metió de lleno en el ejercicio profesional y en la academia.
Quienes lo conocían a fondo valoraban su inteligencia, su preparación y sobre todo, su ánimo de polemista. Y se fue volviendo escéptico de todo. De ahí esa mirada triste que iba hacia la melancolía o la depresión, como si sintiera que ya no había solución, como si tuviera la certeza de que ya no había paraísos. Y si no aparecía el paraíso soviético, mucho menos el otro, el que le habían enseñado desde pequeño.
Pero fue consecuente hasta el último momento de su vida, porque exigió que no lo llevaran a velar a ninguna funeraria, ni trajeran cura para los santos óleos, ni que lo llevaran a la iglesia para realizar ritos en los cuales él no creía, pues la fe la había perdido desde el día en que dejó de ser niño.
Que no se pronunciaran falsos discursos en donde entraran a relucir virtudes que no tenía ni practicaba, y en donde la hipocresía solo envuelve el ánimo del orador que se solaza más bien con su partida y no el sentimiento sincero por su ausencia.. Porque hubiera preferido más bien que esos elogios se los hubieran hecho en vida, que sus compañeros hubieran escrito en la prensa sobre sus logros, que su Universidad le editara todos sus libros y que lo realzara ante la sociedad.
Y así fue. No hubo velorio, ni misa concelebrada, NI entierro. Solo su Universidad se atrevió a contradecirlo y le organizó un sobrio acto alrededor de una misa sencilla, con la presencia de unos cuantos profesores universitarios y de las directivas de la universidad, al lado de sus familiares Y aunque hubo discursos, me temo que él hubiera dado la espalda, displicentemente., donde estuviese , para no escucharlos.
Sus obras reflejan precisamente ese ánimo crítico que lo llevaba a cuestionar la moral pública, las malas costumbres de los empleados públicos, la sinvergüencería de muchos magistrados de opereta. Era implacable. Pero de ahí no pasaba, de mostrar su cólera, de manifestar su incomodidad ante un país que no era capaz de llevar las cosas en orden..
Y de pronto, cuando sintió que ya todo estaba concluido, que su obra ya estaba escrita, se fue sin anunciarle a nadie. Se murió en el mismo silencio que lo acosaba. Sus alumnos echarán de menos sus acervas críticas a nuestras costumbres, a nuestros malos hábitos.
Paz en su tumba.

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