jueves, 14 de julio de 2011

HERNANDO SUÁREZ MANTILLA

POR: RAUL PACHECO BLANCO.

Vuelvo la vista hacia el recuerdo cuando estábamos en el Colegio de San Pedro Claver y empezaba uno a meterse en ese mundo del bachillerato en que se conocen personas que se destacan por una u otra circunstancia. Los más notorios eran los deportistas. Jugar fútbol o básquet o beisbol posicionaba a cualquiera ante sus compañeros. También los más pilosos, aquellos nerd que los jesuitas nos ponían como ejemplo para ser como ellos. Pero también se destacaban otros por su caballerosidad, por su don de gentes, por su simpatía. Y ahí encuadraba Hernando. Me parece verlo en los recreos dándole vuelta a la cadena de plata donde llevaba las llaves del carro y enfrascado en toda clase de conversaciones, que a uno le parecían del otro mundo porque se trataba de los mayores y en cambio nosotros éramos de los menores. Los mayores eran Lubinus, los Pradilla, Clausen, Vanegas, Carlos Ardila Lulle, Saibi, los Suarez, Emilio y Hernando. Pradilla y Lubinus eran los de exponer cuando se trataba de realizar peleas de boxeo y sobre todo para poner a prueba el poderío de la raza santandereana ante la alemana de Lubinus, quien ganaba todas las peleas. Y los otros , los que se quedaban en clase cuando los demás salían, pues los demoraban los jesuitas para pedirles plata para la virgen en el mes de María, que eran casi todos los del año. Eran los más pudientes.
Los hermanos Suárez vivían con el resto de familia frente al parque Bolívar, cuyas casas con solares amplios se encontraban plagados de mangos, como los del parque. Y allí los veía uno bajarse de su automóvil último modelo, que solamente podían comprar en esa época los Peña, don Apolinar Pineda, los Ordoñez y los Suárez, para no seguir con la lista, que por cierto no era muy larga. Estábamos en una ciudad bucólica, donde el tránsito no le hacía ni siquiera guiños al medio ambiente.
Hernando y Emilio herederos de don Emilio Suárez uno de aquellos hombres de empresa que dominaban la plaza. De ahí que Hernando se paseaba como si la ciudad fuera su casa, bien fuera en el club, o la calle , o en sus almacenes o en los salones de clase del colegio.
El tránsito era tan escaso, que permitía hasta la realización de carreras de ciclismo en sus calles, sin que nadie se arrugara.
Más adelante sería un hombre público. Y llegó a la alcaldía en donde realizó una buena tarea, sin las interferencias de ahora de la Procuraduría, quedando jerarquizado como uno de los hombres de gobierno de su partido., con un amplio porvenir por delante, para seguir escalando en la política. Como ferviente liberal, no faltaba a los bazares que organizaba Augusto Espinosa en los parques de la ciudad. Su simpatía y ese don de gentes que permite acercarse a la gente, lo hacían un contertulio lleno de chispa, de alegría, de optimismo.
Pero desgraciadamente el mundillo de la política se fue llenando de tantas opacidades y de tantas oscuridades en que otra clase de gente fue tomando los cuadros directivos, que tuvo que dejar de lado aquella parcela de su vida.
Militó sí, en las huestes de Luis Carlos Galán, pero hasta allá llegaba la marisma, a tal punto, que como él decía en un reportaje para un libro de Alberto Donadío, le tocaba mamarse a gente que se comía un pescado entero empezando por la boca, sin hacer el menor gesto y sin despabilarse. . De ahí que ante esa caída de estilo se salió de la política.
Luego vinieron los días duros de la vejez que no perdona y su vida se fue extinguiendo lentamente hasta que Dios vino por él. Pero deja un recuerdo grande como esa clase de caballeros que ya no hay porque los tiempos se fueron nutriendo de otras especies y de otros valores.


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