domingo, 20 de febrero de 2011

PAZ EN LA TUMBA DE CARLOS ANDRES.














POR: RAUL PACHECO BLANCO.
Tomás Eloy Martínez escribió su mejor novela sobre el cadáver insepulto de Evita. La trashumancia que tuvo que soportar dentro de las vicisitudes políticas de su país y de su relación con España. El cadáver pasaba de un país a otro como si fuera una golondrina. Pero la lucha era política, dentro de la feroz disputa por el poder en el esquema peronismo anti peronismo. Se trataba pues, de una reliquia por la cual darían la vida los argentinos peronistas. El culto a la bella mujer con sus crespos de trigo que se paseaban por el mundo dentro de una oleada de admiración tanto por su belleza, como como por su carisma. Carisma que era suficiente para enloquecer a los argentinos en las plazas repletas de gente. A tal punto que en una de esas manifestaciones, el pueblo le vociferaba a Perón, su Dios, que Evita debía ser la vicepresidente. Cosa a la cual Perón no se allanó, imponiéndose sobre el peso d e la muchedumbre. Ahora se presenta otro caso con cadáver insepulto a bordo. Pero ya ha sido despojado de los alamares míticos, para caer en la prosa de un par de familias que se disputan el cadáver , como herencia. No la herencia política, sino la metálica. Es como si el cadáver sirviera de testamento para acceder a los gananciales. Y las dos esposas, la oficial y la amante, la señora Rodríguez y la señora Mattos, luchan sin tregua por hacerse al cadáver. Una para llevárselo a Caracas y enterrarlo allí y la otra para enterrarlo en Miami. El jaleo ya no es entre partidos, sino entre señoras. Aquí los partidos políticos están ajenos al suceso y les resbala. El otrora gran jefe de la Acción Democrática, Carlos Andrés Pérez, dos veces presidente de la republica, no es reclamado por su propio partido, que parce olvidarlo en medio del nuevo clima político, en donde nuevos actores han entrado en escena. Y yace en Miami embalsamado, con su rostro descubierto, hasta donde no se ha presentado romería alguna que reclame el cadáver por vocación popular. Parece que ahora solo le interesara a las señoras. Todo el poderío verbal de Carlos Andrés, que antes se paseaba como Pedro por su casa en Venezuela, aquel célebre caminante que vislumbró primero que Chávez la integración latinoamericana, pero sin el sesgo del ideologismo, se queda vacío, en silencio, como un viento helado que corriera por los bordes del ataúd y le alcanzara a llegar al alma del viejo caudillo que ahora se moría de soledad y que solamente alimentaba su ansiedad de encontrar el reposo definitivo. Su vida turbulenta merecía más que ese vacío de su pueblo y esta llenura de las señoras de Miami y de Caracas.

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