sábado, 12 de febrero de 2011
GÓMEZ GÓMEZ.
POR: RAUL PACHECO BLANCO.
Uno no se me imagina a Alfonso Gómez Gómez desmelenado en la plaza pública hablándole a una multitud por allá en sus años mozos. Pero tuvo que haber sido así, pues de lo contrario no hubiera sobrevivido en la política., por tantos años y con tanto éxito.. No sabemos en qué momento hizo esa transición a la prudencia, a la mesura, al equilibrio emocional en una región de hipertensos crónicos. Porque la hipertensión es la que ha hecho a los santandereanos temperamentales, buenos oradores, por lo menos de mucho nervio. Tiene un talante al estilo don Aquileo Parra, uno de los pocos santandereanos sensatos en las épocas del radicalismo, cuando lo normal era oler a pólvora, declararle la guerra a todo lo que se pusiera por delante y regodearse en un sectarismo que sacaba roncha.. En todo caso luego del paso de Gómez Gómez por las aulas de la Universidad Libre, se matriculó en el MRL en donde López Michelsen y Alvaro Uribe Rueda trataban de darle un contenido de izquierda al partido liberal de los Lleras. Dueño de un temperamento que no podemos considerar frio, pero guiado por un racionalismo que no fue la guía de los radicales del siglo XIX , ni en la vida privada ni en la pública, cuando se consideraban los adalides de la razón pura. No se parece ni de cerca ni de lejos a sus coetáneos en la política. No tiene las reacciones raizales, ni jamás se sale de quicio, lo cual no quita que sea exigente e imperativo. Por los lados del MRL enderezó pues su carrera política hasta ir escalando posiciones. Y luego se fue corriendo hacia el centro, abandonando sus ideas socialistas de juventud como las tenían todos los liberales que se respetaran por esas épocas del MRL, como saldo de inventario de la revolución en marcha del viejo López.
La ponderación en el juicio, el equilibrio emocional , la capacidad para sortear momentos de crisis, lo fueron ubicando en el terreno del estadista, más que del político. Llegó a la alcaldía, a la Gobernación, a la Cámara, al Senado. Y Belisario Betancur lo haría su ministro de gobierno. Pero había otro ángulo de la personalidad de Gómez Gómez, que era la del constructor, la del soñador de utopías. Y de ahí nacieron el Instituto Caldas y la Universidad Autónoma. Y cuando ya el ajetreo político iba haciendo agua, se dedicó a la formación de juventudes, a la educación universitaria. Se convirtió en un maestro. Esa riqueza de concepciones lo ha llevado a situarse en un plano en que los santandereanos consagran a una persona, cuando son tan ariscos para reconocer las virtudes de los demás y en cambio generosos consigo mismos. Y se dedicó a estudiar y a escribir. Lleva su columna en el diario, en prosa bien escrita, castigando el estilo y , con algunos dejos si, de las viejas cadencias clásicas. Ayer no más le hicieron un homenaje para destacar sus condiciones de ciudadano ejemplar. En él se refleja el modelo de una persona virtuosa, sin necesidad de apelar a la religión, con un espiritualismo que se manifiesta en el respeto al prójimo, en la conducta personal, en el servicio. Es un santo de la democracia, un santo laico. En La Universidad Autónoma, en donde fue homenajeado, leyó su discurso, a los noventa años, con el tono pausado que le da su temperamento, sin un brote de emoción y así como no levantó la voz ni una sola vez, ni se emocionó, terminó su discurso con el mismo pulso, atendiendo a la prensa, a la radio, a la televisión, sin dejarse envolver en preguntas capciosas que le hacían los reporteros. Es la apoteosis de la serenidad no obstante los vientos encontrados de la vejez..
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