domingo, 26 de abril de 2009

LOS HIJOS DEL OBISPO:














POR: RAUL PACHECO BLANCO:

Para monseñor Lugo debe haber sido muy molesto encontrarse con una cadena de denuncias por parte de madres paraguayas , en quienes un día y en su propia parroquia sembró la semilla del evangelio en sus cuerpos , precisamente para acatar las enseñanzas de la iglesia de no utilizar el condón. Porque de haberlo hecho, no estaba en esos trances. De ahí que vinieron al mundo unos cuantos retoños que ahora buscan la paternidad..
La ilusión de ser papá la tenía monseñor Lugo envuelta en los pliegues de su sotana y la impuso, por encima del conflicto de conciencia producido por aquello del celibato, que fue instituido en el concilio de Elvira, en el siglo lV..
El se sintió incómodo con esa restricción, pues aquella mirada del pastor que fija su interés en alguna feligrés lleva la intención del pastor, del conductor de almas que aspira a llevar a sus ovejas por el buen camino. Pero le dio otro contenido menos católico y mas caritativo, de acercarse a las gentes humildes, para tratar de enviar un mensaje evangélico a través de sus genes al proletariado .El no fijó su interés en las señoras de alto vuelo, ni en las jovencitas de sociedad, pues sus ideas de liberar a los pobres de la explotación de los ricos, lo hacía trabajar en áreas mas acordes con su manera de pensar. El evangelio más que todo esta dirigido a los pobres, que son los que tratan de acomodarse a las leyes de la iglesia, pues a los ricos ya no les interesa al encontrar en la tierra su propio paraíso. Por eso Jesucristo llegó a decir que era más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja, que un rico entrara al reino de los cielos.
Eso pues, lo tenía muy claro monseñor Lugo. De ahí la preferencia por gente de delantal o de ropas modestas. Aunque de pronto puede haber más semillas en los conventos.
De otra parte, a la mujer siempre le han seducido los alamares, bien sean los uniformes militares o los cuellos duros del pastor. Más tratándose de un obispo que puede llegar a ser papa. El síndrome de Alejandro VI camina con fuerza en la imaginería de la mujer, porque se siente entrando al reino de los cielos en donde gozan del señor los Borgia, los papas españoles que dieron que hablar a la humanidad, en donde todos colaboraron para formar una familia admirable, prototipos si los hay de las conductas livianas y mundanas.
Se trata de un hombre. De carne y hueso, con sus tentaciones a flor de piel, erizándolo.
Esa larga continencia que venía desde el seminario en donde solo lo visitaban los placeres solitarios, si acaso, ya no daba espera a un desbordamiento que estaba amparado por sus vestiduras de púrpura y perfumadas por el incienso y la mirra.
Cuántas ilusiones se habían hecho los paraguayos cuando encontraron al fin un líder impoluto, venido de los altares, empurpurado, incontaminado de la corrupción de la calle. Era un auténtico producto de convento, madurado y macerado en el tiempo. Y llegaba en un momento oportuno a la política, cuando se necesitaba un líder que le hiciera frente al imperio montado por el partido Colorado, que no lo derribaba nadie. El lo hizo. No sabemos si la idea de acercarse a los pobres y humildes de corazón, como las madres que hoy reclaman alimentos para sus hijos, se produjo antes de asumir los alamares del poder o ya después, cuando se echó al bolsillo la voluntad del pueblo. Porque si fue en la primera etapa, cuando se enjoyaba y tocaba su cabeza con la mitra de obispo ,el demonio se la ganó a Dios y lo puso a correr base , mientras monseñor se levantaba su sotana para que las feligreses vieran que no había perdido su condición de varón. Si fue en esta última etapa, Dios lo abandonó y lo dejó suelto a la voracidad del poder, que engulle y no mide las consecuencias, así sea en los prelados, que como él debían someterse a estrictos cánones de las buenas costumbres y de moral.
Y ahí fue Troya. Ahora deberá asumir su condición de padre múltiple, pagar alimentos y prodigarse en caricias para los niños como antes lo hacía con sus madres. Suerte le deseamos a monseñor en esta nueva etapa de su vida.
Los hijos del obispo en todo caso tendrán a gran orgullo ser de la misma sangre de un pastor de almas y de presidente de un país latinoamericano, lujo que no se lo puede dar cualquier hijo de vecino.

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