jueves, 2 de abril de 2009

EN EL PASEO DEL COMERCIO.

POR: RAUL PACHECO BLANCO:

Bajando por la calle 35 en el paseo del Comercio uno se siente como si entrara en el oriente medio, como si se tratara del callejón de los Milagros en el Cairo, narrado en profundidad por Nagib Mahfouz , o en una calle de Bagdad esperando a que de pronto caigan las bombas y se rompa el colorido folclórico que tiñe la vida de la calle, que en otras épocas era la de mostrar, la de pasear alrededor de los almacenes más lujosos, en donde se compraban las cosas más finas y más caras, en donde se trataba de cazar el paso de alguna niña que hacía sus compras en compañía de su madre o de sus amigas.
Se ve la mercancía tirada en la calle, las mantas de los indios ecuatorianos , las fundas para los celulares, las correas, las sombrillas, el hombre que vende un artefacto para pelar papas, los emboladores que ofrecen sus servicios, el culebrero antioqueño que ofrece sus pomadas que todo lo curan, los antiguos almacenes desbordados hacia fuera como si vomitaran mercancía hacia la calle. Y calle abajo de pronto aparece un hombre bien vestido, con una camisa recién comprada, corbata de marca, cabello cano y ojos azules, que en otras épocas había sido cónsul y ya hombro a hombro ,apenas saludado empieza a contar: acabo de llegar del Socorro en donde encontré en una bóveda mi partida de bautismo junto a un manuscrito de mi madre, quien narraba en muy buena prosa mi nacimiento y descubrí que tengo noventa y seis años bien contados, cuando yo me siento un chino de quince. Traté de interrumpirlo pero no me dejó y siguió adelante: en un especie de papiro mi madre contaba que el día de mi nacimiento hacía un sol del putas, con el cielo ahí si constelado de estrellas, como si fuera de noche, vino a la vida un niño muy bello, decía mi madre, blanco, de ojos azules a quien le pusimos el nombre de Sebastíán y no hacía más que llorar, como si no le gustara haber nacido o como si le fastidiaran los pañales que le pusimos, como si le fastidiara todo. Yo entonces, decía mi madre, le ponía el chupo, le daba pecho, lo arrullaba, pero nada. Entonces decidí amenazarlo : le dije que si no se callaba llamaba al coco para que se lo comiera. Y el me contestó clarito : si viene el coco, yo le doy una patada por el culo y lo saco de la pieza. Estábamos en presencia de algo sobrenatural y nos hincamos de rodillas ante el Cristo que estaba en la pieza y nos dedicamos a orar. Había nacido un genio. En ese momento apareció el hombre de los libros piratas , de los best-sellers que no vale la pena comprar en librería y me dijo : Le tengo el libro de los gringos y lo sacó debajo de un promontorio de libros que se sostenían solo por la gracia de Dios. ¿ Y cuanto vale?. Quince mil pesitos. Le doy diez, le dije yo, y él me contestó : eso está bien como propina. Una vez desarmado le pagué , mientras el excónsul continuaba su caminata por la calle del comercio, contando lo que había descubierto en los papiros recién encontrados en el Socorro.

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