POR: RAÚL PACHECO BLANCO.
Llama la atención desde el primer momento, la capacidad de
Javier Marías de estirar el tiempo psicológico, desplegando un pulmón narrativo
que da para unos tres o cuatro dos de pecho que llenan la novela con un suspenso que no tiene
límites. Marías se vale de cuanto medio verbal encuentra para demorar el remate
de su cuento, bien sea emitiendo conceptos, o deteniéndose en detalles que logran alargar el instante. Yo creo que esta es la mayor virtud
de la novela, pues en esos sostenidos de
pecho se va la novela que es bastante extensa. Eso sí, corresponde a la novelística postfranquista de tipo
republicano, que ha querido ganar en los escritorios el partido que perdieron
en la guerra. De ahí que hace un contraste entre lo que fue la época de Franco,
en donde se limitaron las libertades, con esta época siguiente en donde la
gente salió de sus casa para darse toda
clase de licencias. Son varios los secretos que Marías contempla para mantener
el suspenso, como el hecho de haber separado camas con su mujer el personaje
central, el productor de cine Muriel, mientras a su vez, la mujer si bien
buscaba algún día volver a él, se dedica a pescar en rio revuelto, y se prodiga
con los amigos de su marido, quienes ni cortos ni perezosos le hacen el favor.
Hasta su pupilo de toda la confianza, quien hace las veces de secretario, el
joven De Vere, dentro de su papel de productor de cine, aprovecha una noche de desvelo
de Beatriz, la protagonista de la novela para estar con ella y curtírsela, como dicen ,los
argentinos. De lo cual no queda culpa
alguna ni de uno ni de otro, pues de sobra, Beatriz ya estaba condenada al
ostracismo conyugal y nada jugaba a favor de ella para recobrar el amor perdido
de su marido .
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