viernes, 2 de septiembre de 2011

EN EL COLEGIO DE LA PRESENTACION.


POR: RAUL PACHECO BLANCO.
Yo acababa de aprender a leer y escribir en el colegio de la señorita Elisa Solano, una mujer blanca, de amplia quijada y un moño como deshojándose, porque no se lo peinaba bien y, sobre todo, olorosa a tiza de tablero. Quedaba situado el liceo en la calle 34 por los lados en donde actualmente se encuentra la fábrica de galletas La Aurora. Ya con semejante bagaje, entramos al colegio de la Presentación con mi hermano José Manuel. El colegio quedaba en la calle 37 entre carreras 18 y 19, y cubría media manzana. La novedad para nosotros era el paso de un colegio pequeño a uno grande, con un inmenso patio en donde uno se perdía y por allí pasaban las monjas con su atuendo medioeval, con sus amplias faldas y la teja almidonada que coronaba las cabezas de esas tranquilas seguidoras del señor , que se aferraban a esa vestimenta no obstante la temperatura del Bucaramanga de los años 40. Ahí llegamos a conocer a la monja que dirigía la comunidad, la madre Rafaela de la Cruz, a quien desde ese primer momento empezamos a venerar como una santa. Y a renglón seguido nuestra inmediata superiora, la hermana Gabriela de la Dolorosa, una antioqueña rubicunda, blanca, que hacía predecir un lugar en los futuros lienzos de Fernando Botero, y la hermana Rosalía, delgada, ágil. Mi hermano de una vez pensó pintarlas, por lo menos al carboncillo, pero se guardó las ganas para más adelante. Eran unas monjas queridísimas pero exigían disciplina, de ahí que un día, en tiempo de recreo cuando andábamos por aquí y por allá en ese patio inmenso, me dio por meterle zancadilla a una de las monjas, que rodó al suelo, mientras yo emprendía la huida en medio de las caravanas que se formaron para atraparme y llevarme al cadalso. Yo como pude, le di la vuelta a la estatua de la virgen que estaba en el patio y logré eludir la caravana, pero más adelante me alcanzaron y me pusieron como castigo, luego de conminarme a que no lo volviera a hacer, someterme al escarnio público frente a un curso de niñas, que uno no se atrevía ni a mirarlas. Yo pasé todo el tiempo pegado a unas vitrinas, mientras las niñas escuchaban a la profesara que dictaba la clase en esa hora de ludibrio para mí , que ya agonizante no veía la hora de salir. Pero lo más destacable de ese paso por el colegio de la Presentación, fue la primera comunión. Nos prepararon como si emprendiéramos el camino hacia el cielo, guiados por el padre Castillo, quien nos hablaba de los horrores del infierno y de tanto pecado que se podía cometer, sin nombrarlos desde luego, pero que allí nos esperaba si obrábamos mal. En ese grupo estábamos Ambrosio Peña Castillo, , José Manuel y Luis Alberto Menéndez Ordoñez, mi hermano José Manuel, Víctor Manuel Blanco, Manuel Ortiz Méndez , German Müller González y yo.
Ese día, que debía ser el más feliz de la vida, amanecimos todos con cara de san Luis Gonzaga. Y del colegio partimos hacia la iglesia de la Sagrada Familia, con nuestro uniforme de pantalón azul largo y cuello marinero, con una inmensa vela de esperma, acribillada por un lazo de seda. Y las niñas avanzaban con su uniforme a excepción de Ligia Mutis Troncoso, a quien había vestido su madre doña Victoria Troncoso, famosa por sus arrestos, con un modelo de novia y luego de haber convencido a las hermanas de que su hija no podía recibir a Jesús Crucificado con un modesto uniforme, sino tenía que ser con cierta gala, con mucha seda y peluquín para que el colegio quedara bien ante Dios nuestro señor. Ese día tuvimos piñata en cada una de nuestras casas, con muchos regalos y con la convicción de que había sido el día más feliz de nuestra vida.. Y hoy, tan prestigioso colegio cumple ciento veinte años de existencia . Era el año de 1.891 cuando la hermana Ana de las Mercedes se embarcó en la tarea de fundar el colegio y ya para el año de 1.942 cuando hicimos la primera comunión, contaba con trescientos ochenta alumnos. Felicitaciones a sus directivas actuales.

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