viernes, 20 de mayo de 2011

EL EMBRUJO DEL PARQUE DE SAN PIO.

POR: RAUL PACHECO BLANCO.

La primer exigencia que hizo la gorda de Botero cuando venía en alta mar, fue la de instalarse en el parque de San Pio. Y cuando ya estuvo en Colombia, pidió el despeje de la zona, para que los puestos de revistas y los vendedores ambulantes, los hicieran a un lado y los colocaran al otro extremo del parque. Y por último dijo y con mucho énfasis, que no le fueran a colocar nunca, óigase bien, nunca, una estatua de Iván Moreno Rojas, por haber remodelado la carrera 33., pues ahí si se bajaba del pedestal y se iba a Puerto Wilches para que la embarcaran con rumbo a Medellín. Ah, se me olvidaba : también le dijo al alcalde que exigía que el maestro Botero la viniera a visitar y le diera el visto bueno luego de que la colocaran allí. Y así fue, Botero vino y lo primero que hizo al llegar a Palonegro, fue venirse directamente hacia el parque, para ver la gorda. El alcalde no cabía de la dicha , tomó el micrófono y se adueñó de la situación para concederle la palabra a los escultores de la ciudad y le dieran su saludo. Cada escultor fue tomando el micrófono y le dijeron bellezas que él recibía con placer, pero también le contaron que a ellos no les daban una oportunidad como esta, para colocar sus esculturas. Llegó gente hasta de Pamplona y le expresaron a Botero su admiración. Luego habló Botero y dijo que le agradaba mucho el sitio que habían escogido para su gorda y a continuación el alcalde Vargas lo tomó del brazo y se le llevó en compañía de su esposa, para ver el parque. Ahí se le vino encima al pobre maestro el embrujo del parque. Los árboles que ese día estaban más verdes, mostraban los contrastes de los claros con los más oscuros y hacia arriba en su ramazones, veía como encajes naturales que lo protegían del sol que caía a pique sobre el parque y cerraban como una especie de techo, a la manera de las catedrales góticas. Su mentalidad moderna , pero también su admiración por los clásicos le hizo recordar las grandes catedrales europeas, como si le hubieran prestado el alma a los árboles del parque y que solamente faltaba allí un órgano, para que recorriera sus ángulos, llenos de verdor por todos los costados y le diera aún más vida a aquella fantasía con la cual se estaba embrujando. Y su esposa, iba allí silenciosa, llenándose el alma con semejante pulmón que le daba aire y la ponía en trance hacia la creación, como artista que es. El alcalde Vargas Mendoza no cabía de la dicha. Y el maestro le pidió al alcalde, que si Medellín no reclamaba sus restos, , por lo menos le permitieran acomodar su tumba hacia el costado norte del parque donde podría dormir el sueño de siglos, embelezado con tanto verdor.

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