POR: RAUL PACHECO BLANCO:
En diciembre se vive la apoteosis de lo efímero. Todo parece cambiar. El sol como que brilla más. La gente se vuelve más amable, da la sensación de que el Redentor, por fin, se acerca al mundo. Las calles se engalanan con sus vitrinas atestadas de mercancías para la navidad. Por la noche, todo se ilumina, los parques, las casas, los monumentos,
A veces llueve en diciembre y los árboles florecen y dan mejor sombra y purifican el ambiente. Los bares se llenan de gente, el trago abastece la sed que se sintió en el resto del año y amanecen los días en medio del guayabo que da la bebida, pero aun así , se ve como un acto del servicio. La gente también espera diciembre para casarse, para hacer su luna de miel, como un buen presagio para evitar luego la rotura de la vajilla familiar que les regalaron el día de la boda. Las playas se llenan al mismo tiempo de una multitud que no cabe en un espacio lleno de maravillas, en donde se ven cuerpos esculturales, en donde el paisaje como que se mejora, en que el mar se ve más amplio, mientras sus aguas cambian de color a nuestro gusto, para cubrir una amplia gama de colores que nos alegran la vida. Se parece tan poco la navidad a los demás días del año, en que el afán siempre está presente, en que se come a mil para poder asistir a la reunión o al trabajo, en que el desayuno se reduce a un par de sorbos de café y un pedazo de pan, porque ya se debe estar en la oficina.. Por eso al día siguiente de la navidad y luego del año nuevo y peor, cuando se reanuda el año laboral, se da uno cuenta de que todo lo vivido en diciembre es un espejismo, de que el niño Dios no llegó o si llegó no se dio cuenta, o pasó de largo a prepararse para el siguiente diciembre e interpretar el mismo papel. Nos queda la sensación de que somos apenas un punto en el espacio, tan frágil, que cualquier día se lo lleva una pulmonía, que el espejismo de diciembre solo viene a desnudar la condición humana, tan desamparada, sumida en la perplejidad, en la incertidumbre, porque no se puede ser el timón de si mismo sino que está sujeto a fuerzas extrañas que se lo llevan ora por aquí, ora por allá, en pasos medidos es cierto, pero sin que uno sea el artífice de los timonazos. Un ser que es capaz de crear belleza, de llevar al lienzo obras maestras, lo mismo que al pentagrama, que ha descubierto lo que seguramente Dios quería que no se descubriera ,porque sabia de la condición humana, que es capaz de actos de benevolencia , de amor, de desprendimiento y, al mismo tiempo, de bellaquerías que no tienen nombre, Sin embargo no puede salirse del rol que le tienen asignado, porque como dijo Heidegger, el hombre es un ser para la muerte. De ahí que Albert Camus lo haya tenido empujando la piedra de su destino todos los días, para que no se quede en la cima, sino que baje y tenga que empujar de nuevo para volverla a subir y así, por los siglos de los siglos, amen.
jueves, 24 de diciembre de 2009
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