lunes, 2 de junio de 2008

La ética de los estadistas.

Por: Raul Pacheco Blanco.

Hans Küng, el célebre teólogo suizo sostiene que un hombre de gobierno no debe mentir bajo ninguna circunstancia, porque la ética que lo debe guiar es la misma de cualquier individuo o particular.
Henry Kissinger, el ex ministro de estado norteamericano por el contrario sostiene “ que el estadista tiene unas reglas morales distintas de las del ciudadano común”.
El punto de referencia para Kung es el caso de George Bush , quien mintió para poder justificar la invasión a Irak, como lo hizo, en base a que Sadam Hussein tenía armas nucleares que se constituían en una amenaza para occidente.
A su vez Helmut Schimidt, ex canciller de Alemania sostiene la misma teoría de Kung: “Estoy firmemente convencido de que no hay una moral diferente para el político”.
¿ Pero en realidad de verdad un acto individual tiene la misma connotación y trascendencia que un acto de estado?.
El hecho individual solo compromete la responsabilidad de quien lo ejecuta y la esfera de daño es limitada.
En tanto que el acto de un estadista u hombre de gobierno, abarca la esfera de la sociedad.
Una mentira dicha por una persona individual resulta en la mayoría de las veces irrelevante para la comunidad.
Puede decir que se ganó una lotería, sin que sea cierto, y solo abre las esperanzas de sus acreedores y la envidia de sus más allegados.
En cambio, si un presidente miente, la cadena de hechos que desata son de mayor entidad.
Ahora, el individuo busca su propio bien con la mentira que produce, en tanto que el gobernante ya no solamente busca el bien de la comunidad, sino también la justicia, o el mal de la comunidad y la injusticia.
Lo justo no es tan severo en el acto individual como en el de trascendencia social.
En el caso de Bush, su mentira buscaba un bien : librar a Irak de un de un tirano y de organizar la democracia, pero resultaba totalmente injusto involucrar en la guerra a todo un pueblo.
El bien era bueno pero injusto.
Y justificar la acción porque Irak tenía bases nucleares , cosa que no era cierta, para emplear unos medios como la guerra , para llegar a un fin, de acuerdo con la tesis maquiavélica, de que el fin justifica los medios.
Pero aquí ni siquiera eso, porque los medios fueron tan devastadores que excedía con creces al hipotético bien buscado.
En cambio si un ministro de Hacienda dice que no va a decretar una devaluación y en la misma noche lo hace, ha mentido, pero ha evitado el pánico económico, que sería mucho peor que la mentira dicha.
El bien privado no puede ser igual al bien público.
Trae a cuento Hans Kung la declaración de las responsabilidades humanas, emitida por Consejo de interacción compuesto por jefes de estado y de gobierno, en donde se dice que “ nadie, por poderoso que sea, debe mentir”.
Pero a continuación se dice que “ el derecho a la intimidad y la confidencialidad personal y profesional debe ser respetado. Nadie está obligado a decir constantemente toda la verdad a todo el mundo”.
Es decir, se produce un empate técnico entre los dos conceptos.
Y también define lo que es una mentira al señalar que es “ una declaración que no concuerda con la opinión de quien la formula y apunta a engañar a otros, ya sea para perjudicarlos o bien para obtener una ventaja personal”.
Eso puede ocurrir a nivel individual, pero el estadista, con excepciones, desde luego, no busca ventajas personales, sino para la comunidad.
No lo guía el egoísmo, como puede guiar a la persona que miente para satisfacer intereses personales.
Y desde luego es un hecho que la veracidad debe guiar a un gobernante, pero ante hechos excepcionales, realmente comprobados, no hipotéticos como los alegados por Bush para la invasión a Irak, la ética no puede ser la misma, porque está de por medio el bien o la justicia, ya que los gobernantes son responsables del bien común.
Luego la verdad siempre está en el medio.
No todas las veces el estadista puede mentir así se trate de un derecho suyo por lo delicado de su misión, ese no es el principio.
El principio es el señalado por Küng : el de la veracidad.
Pero se producen hechos y circunstancias en donde el mal menor, la mentira, se impone para evitar precisamente un mal mayor.
Los derechos y las obligaciones no son absolutos, sino condicionados a circunstancias de tiempo, modo y lugar.
Existen diferencias de grado entre una ética individual y una ética pública, como es la que maneja el estadista o el gobernante.
Lo importante no es que nunca se debe mentir, sino que los objetivos encubiertos por la mentira, logren el bien y la justicia para la comunidad.
Que en el caso de Bush solo miraba el bien de los Estados Unidos , pero no el de la comunidad internacional y, menos, el de Irak.
Y trae a cuento Kung lo que le dijo Kissinger cuando debatían el caso: el teólogo ve las cosas “desde arriba” y el estadista “ desde abajo”.
Son dos ópticas distintas pero que deben ser armonizadas, partiendo de la base de que el principio es la veracidad en el gobernante, pero en determinadas circunstancias es lícito , bueno y justo mentir para evitar males mayores o para lograr la realización de la justicia.

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