domingo, 18 de noviembre de 2012

FEDERICO EN SU BALCON.


POR:   RAUL PACHECO  BLANCO.

Al leer la novela Federico en su balcón de Carlos Fuentes, me pregunto dos cosas :  un  ensayista ,un  pensador, es incapaz de soltar esa condición aún en una novela y es válido sacrificar el género novela , burlando su capacidad de engendrar vida propia para que solo tenga presencia un concepto, unas ideas?. Lo cierto es que se trata de una novela de laboratorio, medida en centímetros cúbicos, que nace de preconceptos y no se empapa de una  realidad que la haga vibrar porque sí, porque viene del fondo de algo. Aquí no, aquí viene del laboratorio, llevada con precisión científica. Muy brillante si, en cuanto a los planteamientos, por cuanto Fuentes era un pensador. Y los personajes son demasiado plásticos, demasiado construidos y desde luego no alcanzan a tener la contextura de carne y hueso de una Madame Bovary .

Y en el fondo, es el producto de una frustración, de una desilusión de aquellos que creyeron en algún momento  de su vida, que la revolución los salvaría. De ahí que Fuentes se meta a enjuiciar, a hacer una disección del proceso revolucionario, en donde la humanidad se despoja de todos los trajes de etiqueta y queda con el pellejo al aire. Y vienen las traiciones, las jugadas sucias, las emulaciones, los roces. Nada queda de aquella fe inicial en ideales que estaban lejos y por los cuales se luchaba sin tregua.

Para alguien con mas recorrido en la extrema derecha, podría decir que es  la disección, en la mesa de operaciones, del “mamertismo” . Pero no. Es tal el brillo del pensamiento de Fuentes, que negando si, la naturaleza de la novela, se mete en el mundo conceptual con mucha fortuna. Y ata ideas, con suma coherencia y lleva adelante sus propósitos tanto estéticos como conceptuales hasta la excelencia. Ya se ve la huella del maestro del relato, que se sabe de memoria los hilos que se deben manejar  para lograr la tensión suficiente que garantiza la atención. Porque  evidentemente no se trata de un texto aburrido ni mucho menos. Tiene tal fluidez, que se va con agilidad.

Ahora, si se trata de salvar algún personaje de la trama que urde la novela, entonces si se fracasa, porque de allí solo queda la ceniza del pensamiento, pero no los hígados del personaje que suda y transpira. Desde luego se trata de un estudio del poder, como tema que atrae a más de un autor, con esa inquietud y con esa desazón que siempre han tenido los escritores con relación a los políticos, a quienes no les  perdonan ese “animus imperandi”  y,  luchan  por extirpar ese cáncer maligno en el organismo social.

El escritor siente envidia del  político, porque le quita  espacio que el político  gana en la realidad, cuando el escritor solo se bate con ficciones, con hechos de papel. Eso no lo perdona el escritor. Siente celos de que el político pueda moldear una materia tan difícil como la realidad y que pueda manejar unos personajes de carne y hueso que al escritor le cuesta trabajo hacer en su relato y que el político los maneja con mayor audacia hasta ponerlos a hacer lo que él quiere. Al escritor o novelista se le escapan muchas veces esos personajes y  termina no perdonando al político que difícilmente se equivoca en el conocimiento de los hombres y de los acontecimientos.

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