viernes, 20 de enero de 2012

EL DESTINO Y ANDRES AUGUSTO FERNANDEZ Y CARLOS SORIA.



El primero de ellos mató a la mujer y el segundo su mujer lo mató a él. Nudos del mismo lazo.
Andrés Augusto Fernández era el presidente del Consejo de Estado por allá en los años sesenta del siglo pasado. Y Carlos Soria gobernador de un estado argentino, quien acababa de ser elegido.
Andrés Augusto venía de Cúcuta su ciudad natal, pero era un hombre tranquilo, no el clásico santandereano bravucón. Soria en cambio sí tenía fama de sobado, malgeniado y, que apenas si se toleraban con su mujer, otra fuerza paralela.
Se llegaba la noche de navidad en la casa de Andrés Augusto Fernández, situada en la calle 64 arriba de la Caracas en la Bogotá de los años 60.
Los tragos por lo tanto hacían su efecto, los brindis se repetían y el buen humor y la alegría se encrespaban en el hogar. Pero había de por medio una espinita : la mujer de Andrés Augusto, quien aún mantenía su encanto a los 50 años, tenía relación con un muchacho de la Javeriana y a su vez, Andrés Augusto coqueteaba con la esposa de un político santandereano. Había por lo tanto, un empate de celos. Y en medio de los brindis, se desató la discusión, se echaron en cara las infidelidades de uno y de otro. Lo cierto fue que el caso se fue subiendo de tono, a tal punto, que la señora de Fernández terminó tirándole una porcelana a Andrés Augusto quien recibió el impacto en el rostro. En ese momento, le hirvió la sangre al consejero y de aquel tranquilo varón se pasó a una bestia herida y desenfundó su revólver de dotación oficial y le hizo un par de disparos a su mujer, que rodó por el suelo.
A muchos años de distancia y más de kilómetros, en Rionegro, Argentina, ya se despedía el año viejo y se daba la bienvenida al nuevo. La cena habia pasado, los abrazos con los hijos ya se habían dado y la pareja de Carlos y su mujer se iba hacia la alcoba. Pero Carlos , un hombre corpulento, de estampa muy argentina tenía su cierto don juanismo muy a flor de piel y la mujer lo sabía. Ella ya era una mujer gastada, sin muchos encantos, pero de un carácter fuerte, tan fuerte, que en un momento dado lo llamó al orden y luego de hundirse en un mar de insultos y reclamos, la señora blandió el revólver y lo disparó contra Carlos que rodó por el suelo, como la mujer de Andrés Augusto. Ella entraba en un shok nervioso
La misma tragedia de Colombia de los años 60. Se repetía el hecho, pero al contrario : dos personajes de la vida nacional se veían envueltos en un caso de sangre que tocaba las fibras más íntimas de cada quien.
Cuando yo llegaba a la clínica de Marly para hacer el levantamiento del cadáver de la mujer del presidente del Consejo de estado, Andrés Augusto acababa de recibir la noticia de que su mujer había muerto y estaba allí, en una camilla, tapada apenas por una sábana blanca. El llegó como un loco, llorando, pidiéndole perdón a su mujer, a quien le decía : perdóname mi amor, pero yo no quería hacerte daño y se tiró sobre el cuerpo de la mujer mientras la camilla se tambaleaba.
A su vez, La señora de Soria cincuenta años más adelante, reconocía que ella había sido la autora de los disparos, pero que su intención no era matarlo y llore.
El destino se coló por la puerta de atrás de este par de parejas que saboreaban el placer de estar en familia en los días más significativos del año. Pero el absurdo de la vida se coló por el resquicio menos pensado e hirió en esa forma a los protagonistas, que bebieron ese trago amargo luego de las libaciones de la noche buena y el año nuevo.

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