viernes, 16 de diciembre de 2011

EL MATRIMONIO POR AMOR de LA SEÑORA SIMPSON.



POR: RAUL PACHECO BLANCO

Generalmente las abdicaciones y renuncias se hacen por amor. En el siglo XVIII y lindando con nuestra independencia, Carlos IV tuvo que entregar el trono de España a Napoleón, por amor a su pueblo, ya que si no lo hacía, el estilo napoleónico se hubiera impuesto y muchas cabezas españolas hubieran podido rodar por esa causa. De ahí que dejó para la posteridad una carta que decía entre uno y otro párrafo: “ He tenido a bien dar a mis amados vasallos la última prueba de mi amor paternal. Hoy, en las extraordinarias circunstancias en que se me ha puesto y me veo, mi conciencia , mi honor y el buen nombre que debo dejar a la posteridad, exigen imperiosamente de mí que el último acto de soberanía”… sea el de entregar el poder a Napoleón. Ya andando los siglos y corriendo la mirada hacia otro escenario europeo, también por amor tuvo que dejar el trono de Inglaterra Eduardo VIII, por el amor a la señora Simpson, una mujer doblemente divorciada y siendo él, el máximo jerarca de la iglesia anglicana, o pastor de la misma, le quedaba muy mal andar en esos ajetreos. De ahí que se sentara a redactar su abdicación en este caso, en donde podemos destacar las siguientes frases : “ Tras larga espera, puedo al fin hacer una breve declaración auténticamente personal. No he pretendido ocultar nada, pero por respeto a la constitución, hasta ahora no me ha sido posible hablar…- Todos vosotros conocéis las razones que me han indicado renunciar al trono… Pero podéis creerme si os digo que me ha resultado imposible soportar la pesada carga de la responsabilidad y desempeñar mis funciones como Rey, en la forma en que deseé hacerlo, sin la ayuda y apoyo de la mujer que amo. .Deseo así mismo, que sepáis que la decisión ha sido mía y solo mía. Era una cuestión sobre la que debía juzgar únicamente por mí mismo. La otra persona afectada de modo directo ha intentado , hasta el último momento, persuadirme en el sentido contrario”.
Era un 11 de diciembre de 1.936 acercándose la navidad. Y más recientemente el general Rojas Pinilla, mientras nosotros estábamos en la plaza de Bolívar como estudiantes impetuosos manoseando los tanques y poniéndole claveles a los cañones las mujeres, el general renunciaba y le entregaba el mando a la Junta Militar de gobierno. Y diría, que lo hacía por amor al pueblo, a nosotros, para evitar masacrarnos ese día en la plaza de Bolívar, cuando apenas acabábamos de levantarnos de nuestras camas y corrimos presurosos hacia la emblemática plaza. Ahora flotan en el aire aromas de otra renuncia en que el amor también entra en juego, de ese amor que Garcia Márquez describiera en los tiempos del cólera, que se asemeja mucho a la pareja dispareja que hoy soporta el peso de la fiscalía y de la querencia de un ex guerrillero, vinculado a los narcos y a los paramilitares que ha producido sus encierros carcelarios y condenas cumplidas. De ahí que si se impone el amor, solo queda el camino de la abdicación como Carlos IV y Eduardo VIII o la renuncia como el general Rojas Pinilla. Que todo sea por amor.

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