viernes, 9 de julio de 2010

LOS SUEÑOS DEL MUNDIAL













POR: RAUL PACHECO BLANCO.


Primero soñamos con un Brasil lleno de magia donde los pases volaban como en alfombra persa y tanto Robinho como Kaká se pondrían de ruana todas las defensas. Nada mejor que Brasil llegara con la copa del mundial para empezar a organizar el siguiente de 2.014. Para eso estaba allí Lula, para llevarse el fuego sagrado hacia Rio. Pero bien pronto la magia se fue, se diluyó como la neblina que a veces se pasea por la cancha y luego se va, dejando el día, claro, pero en este caso, oscuro. Más oscuro que nunca. Y Brasil salió a revisar esquemas, a dar por finalizado el ciclo de Parreira y a volver seguramente sobre la tradición.
Pero quedaba Argentina. Allí estaba la mejor delantera del mundo con Messi, Tévez e Higuaín. Se querían reverdecer los laureles de Maradona en el pie izquierdo de Leonel, con el cual haría fintas, sacaría adversarios como una ráfaga, de esas del Caribe y, luego, colocaría con devoción el gol para que durmiera en las piolas de Johanesburgo. No hubo tal. Messi pasó sin pena ni gloria por el mundial y apenas quedaba el recuerdo de sus grandes emporadas en el Barcelona, donde tiene monaguillos que le oficien en el viejo altar del futbol bien jugado. Luego vino Uruguay y la fuerza charrúa se hizo sentir, pero no le alcanzó para vencer a Holanda que se llenaba de pergaminos a medida que corría el campeonato. Habìa un titán que daba para todo, como Forlán. Bueno, por lo menos cayó con gloria y algo nos dejó en la retina a los suramericanos. Pero esa ilusión también se fue, porque en esto como en la política tampoco caben los triunfos morales. Tienen que ser de carne y hueso. De lo contrario no marcan.
En cambio, cuando algunos veíamos con escepticismo el favoritismo de España, que comenzó con un traspiés y casi se queda a la mitad del camino, vino la estampida ante Alemania, nada menos que el favorito, y los sueños de los alemanes fueron los que se vinieron al suelo, ante la magia, ahora sí, de Villa, de Iniesta, Pedro, Puyol, el hombre rana que saltó por encima de la quebrada y clavó como una puntilla el balón en la valla alemana. Lo que hacen los grandes matadores de toros en España, lo hizo Puyol, no con la espada, sino con la cabeza. Por lo menos la madre patria se sacudió del karma de perdedor y se convirtió en un exquisito ganador. Ahora nos hace nacer una nueva ilusión de ver no a España coronada de campeón, sino lleno de enjundia en la cancha, con los pases como cohetes que vuelen disparados por el talento del pie, como si la cabeza se pusiera a pensar con los pies y generara no un pensamiento, sino una jugada y un gol. Y que Villa se corriera como una saeta por los lados de la portería de lo holandeses y les dejara allí sembradas unas cuantas jotas aragonesas y que Pedro e Iniesta o el niño Fernández tomaran el trapo rojo de Manolete y se pusieran a hacer manoletinas, mirando a los tendidos Y que en lugar de las vuvucelas, se escuchara el sonido de las gaitas gallegas y que los disparos a la portería llevaran la contundencia de las bombas de la Eta catalana. Y olé .

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