miércoles, 1 de julio de 2009

LA POESIA DEL TEDIO:
POR: RAUL PACHECO BLANCO:


Si un campeonato de futbol se pudiera declarar desierto, como sucede en los concursos literarios cuando la calidad de las obras enviadas es bajo, lo mismo debiera ocurrir con los campeonatos de futbol.
Como ahora, teniendo en cuenta el futbol exhibido por los equipos, que daba la impresión de ver más bien partidos de barriada, que de campeonato y peor aún, cuando se jugaba la final.
Sobre todo, por el estancamiento del futbol colombiano, que no ha podido salir de ese jueguito de salón a que nos acostumbró Maturana y la escuela paisa, de puro toque-toque y, sobre todo, de juego de medio campo, sin proyección, sin profundidad.
Se quiso corregir esa tara y se le dio vía libre a Jorge Luis Pinto, pero los jugadores no resistieron la exigencia técnico-atlética y se rebelaron, con operaciones de brazos caídos, como lo hacen los sindicatos y se llegó a un nivel de juego cero.
Pero se detuvo el proceso cuando apenas empezaba. Así que la ambición de ponerse a la altura del futbol europeo, se quedó en veremos.
Qué diferencia existe entre ver un partido de ligas europeas, con un futbol que se da en los extremos y no se demora la bola en el medio campo, sino que circula con una velocidad increíble, bien sea a base de pases largos o de misiles teledirigidos que van de un extremo a otro, creando una actividad inmediata en la zona de peligro.
Aquí en Colombia la bola va a paso lento, como de procesión y de sacristía : de la defensa al medio campo, en donde se extravía y nuestros jugadores se ponen a recoger café como los de la zona paisa, con la catabra al hombro y los ojos macilentos, bajo esa morosidad que exigen las matas repletas de pepas rojas, O se detienen a buscar pepitas de oro en los ríos del Chocó para esperar al rayo del sol a que aparezca entre la arenillas y el agua turbia alguna gema que les reivindique su jornada de trabajo.
O los costeños, los afrocolombianos de nuestras costas pacifica y atlántica, arriando la vacada para que entre a pastar en potreros donde crece la yerba que los alimenta, o se le de sal en la mano para que engorden y se puedan vender bien a clubes extranjeros.
Es la poesía del tedio, que trató de rescatar Alberto Moravia, en la novela La Romana, cuando las mujeres se entregaban por aburrimiento y no por amor. El tedio de posguerra que lamía la epidermis de la piel y los exponía a ese fuego lento de la pasión aletargada.
Esos dos partidos entre el Once Caldas y el Junior de Barranquilla, de tan bajo nivel futbolístico, en donde solo vibraban las fanaticadas más que todo por la convocatoria tribal y la competencia regional, que por la calidad del futbol, que ellos por cierto no observaban porque estaban en el cuento de las barras, de las serpentinas, de los voladores, de la animación, que detrás de la buena jugada.
En tanto los que observamos el futbol lejos de la pasión para tratar de cazar su esencia y que apenas si se deja llevar por un equipo cuando juega bien, llevados de la mano de la simple calidad, qué poco nivel de futbol en esta finalísima.
El eterno juego del medio campo. Transportar la pelota como si viajara en bus y no en avión de propulsión a chorro.
El menos malo fue el Once Caldas y de ahí que se hubiera alzado con el campeonato y que el Junior, en su patio silenció su artillería, se escondieron los cañones que manejaban Hernández y Gutiérrez, a tal punto que la fanaticada de tu papá, se quedó en el bostezo y en el otro día será.
Sigan así, señores dirigentes del futbol que por ese camino no se llega a ningún Pereira.

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