sábado, 30 de agosto de 2008

REQUIEM POR EL SELLO NEGRO.



Por: Raúl Pacheco Blanco.

Antes, cuando uno no sabía que era hipertenso, le caía muy bien el aguardiente.
Sobre todo cuando llovía, pues el ruido del agua al caer sobre los tejados, o la tela de lluvia que se desprendía al frente de la ventana, lo incitaban a iniciar la fiesta del aguacero, con ese sabor a anís, acompañado de un pringue que le cuarteaba a uno la lengua y se ponía como un caballo desbocado.
Entonces llegó la hipertensión y adiós el aguardiente que venía muy bien, entre otras cosas, con la comida pesada que abordábamos.
Y viene el periodo del whisky porque ayudaba a bajar la tensión, era por lo menos la excusa, y además por ese sabor añejo, a cava, a bodega que se alimenta por años del tiempo necesario para convertirse en una agua de vida.
Primero el whisky de varias maltas, de acuerdo con la estación del bolsillo, bien fuera los de combate como el Johnny Walker sello rojo, el Blank and White, el Ballantines, o el Usher que envasaba Puyana y por cierto en alguna ocasión me resultó premiado, porque venía un zancudo que nadaba como pez en el agua, en la botella verde.
O los mejores de varias maltas como el Sello Negro, el Chivas, el Buchanans, el Old Par, entre los cuales mi preferido era el Sello Negro, precisamente por ese sabor a madera, rotundo, evocador, profundo.
Qué grato era destapar un sello negro, acercar primero la nariz a esa energía guardada, que la cava encierra por años y dejar fluir su cálido mosto nariz arriba , mientras las pupilas se alistaban para profanar ese néctar de dioses.
Luego los whiskys de una sola malta enviados desde Boca Ratón por un concuñado amable y generoso, el Balvenie 2l años, los Glen de l8, que uno no sabe si se trata de un cogñac o de un vino de mucha solera.
Ahí sí la nariz y la lengua estallan en la improvisada orgía del sabor que se sube luego a la cabeza y le diseña el paraíso tal cual es, porque pasa bien pegado a las estrellas .
Pero a pesar de todo, por aquello de la estación del bolsillo, mi preferido seguía siendo el Sello Negro, tanto puro como en las rocas, o aún agregándole agua, porque el sabor si bien es cierto se diluye un tanto, no se perdía.
En tanto que un whisky de malta se estropea con el hielo y todavía más con el agua.
Es para tomarlo al estilo inglés, puro.
Sin embargo el último Sello Negro que compré en el supermercado, me supo a perfume, como los pachulies que producía las Rentas de Santander hace unos años, y se evaporó aquel sabor a madera, a tiempo, que el sol había cuajado allí convertido en agua de vida.
No fui capaz de seguir tomando de esa botella y la archivé como un recuerdo, como un viejo amor, lleno de nostalgia.
Y me valí de un modesto Black and White para pasar la noche, pero con el dolor del Sello Negro en el alma.

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