viernes, 18 de julio de 2008

“ORIENTE EMPIEZA EN EL CAIRO”.




“ORIENTE EMPIEZA EN EL CAIRO”.
Por: Raúl Pacheco Blanco

Uno de los temas más interesantes para comprender y sobre todo buscarle salida al choque entre oriente y occidente, es conocer de primera mano la idiosincrasia de esos pueblos del Oriente tan metidos en la historia, pero tan lejanos en nuestra percepción. De ahí el interés nuestro por Pamuk, el anterior premio Nobel.
Ahora Héctor Abad Faciolince no resistió la tentación de acercarse a ese fenómeno y luego de su viaje a El Cairo, decidió escribir su libro “Oriente empieza en el Cairo”.
Y lo hace en una forma atractiva, pues a diferencia de los estilos tradicionales de narrar estas experiencias, bien sea como los turistas norteamericanos, metidos literalmente en el viaje, o el de los eruditos que aprovechan para despacharse en todo lo que saben sobre los pueblos a visitar, como si ellos no hubieran hecho el viaje, Abad mezcla los dos estilos y el lector sale más beneficiado. Cuenta la desilusión real que le produjo el llegar a una ciudad sucia, desordenada, súper-poblada, pero inmediatamente se auxilia de su propia cultura para darle un contenido en profundidad, bien sea con cita de autores o con la mirada del científico que va al grano. Pero eso se llevó dos esposas ficticias al viaje, Ay C, que representan la realidad desnuda por una parte y por la otra la capacidad de sueño, de fantasía, que conviven con la persona como si ella encarnara la trinidad divina, en este caso A con C y ellas con B, que es el autor. Si él se acerca a las pirámides de los faraones, con una sola de las miradas, sería deprimente. Están rodeadas de viviendas baratas, asfixiadas por el desplazamiento de su población que no tiene en donde instalarse. El olor que se percibe de desechos humanos, la aglomeración de los vendedores ambulantes, la pérdida de pedazos de las pirámides que los turistas se llevan como testimonio, en fin, no produce nada bueno. Pero si se hunde ya dentro de ellas, tratando de ubicarlas en el tiempo, en los anhelos de la gente de entonces, ya las cosas empiezan a cambiar. Esta alquimia la hace permanentemente para buscar con sus propios ojos, pero auxiliado por el escritor y su capacidad para trascender, lo llevan a comunicarse con el espíritu escondido de las cosas. Lo mismo con las personas para desmitificarlas, sacarlas de los moldes preestablecidos y ver lo que realmente son, que detrás de esas vestiduras tan diferentes a las occidentales, dentro está la persona que se hermana, que se comunica.
Ya con ese bagaje, se mete en el mundo de El Cairo, descubre la verdadera forma de ser de los raizales, de sus costumbres, de una vida proyectada hacia una moral, hacia un Dios, que es Alá, bien delimitado de Mahoma, su profeta.
Y hace una observación: “Estas creencias o no creencias en los asuntos del cuerpo y del alma después de la muerte, son la muralla fundamental que divide a oriente de occidente. Los dioses, las religiones, nacen en oriente, y en occidente se mueren. Occidente es el sitio donde Dios se muere, dijo una vez Alberto Savinio”

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