jueves, 27 de septiembre de 2007

JORGE PATIÑO LINARES

POR: RAUL PACHECO BLANCO

En alguna oportunidad me comentaba Humberto Silva que la lucha dentro de su generación había sido muy dura, porque la competencia era fuerte: Hernando Sorzano, Carlos Augusto Noriega, Darío Marin Vanegas, Samuel Moreno Díaz, Rodolfo García García.
Y me agregó, Jorge Patiño Linares.
Sorzano era el gran jefe, venerado por la tribu goda, Noriega el gran parlamentario, Marin Vanegas, el señor feudal de Vélez, Moreno Diaz en Garcia Rovira, Rodolfo García, fundador de El Frente y Patiño, el más culto de todos, se dedicó a la diplomacia, llegando a ser cónsul en Panamá, Trinidad, Puerto España.
Pero bien pronto Jorge fue secretario de gobierno departamental, lo mismo que juez superior y fiscal del Tribunal.
Vendría luego su periodo de madurez en que dejó a un lado la política y se dedicó a la cátedra, cuando se iniciaba el ciclo universitario en Bucaramanga, en Universidades prestigiosas como la UIS y la Autónoma y en otras y a su arrimo la academia, en una edad en que los conocimientos se clasifican, se ordenan y se transmiten.
Ingresó a la Academia Nacional de historia y a la de Santander, siendo su presidente en diversas oportunidades.
Era magistral en la conducción de las sesiones de la Academia, parecía un director de orquesta preocupado para que nadie desafinara.
Y levantaba sus brazos como aspas, dando órdenes aquí y allá sin perder un momento el hilo de la melodía, para que el secretario leyera el acta, para que el conferencista de turno empezara su actuación, para invitar a la copa de vino que se servía cuando la sesión había terminado.
En la Universidad cultivaba la tertulia con los profesores y conversaba con los alumnos en los pasillos, siempre con esa donosura en el decir, con ese lenguaje de persona conocedora del idioma y en ese permanente diálogo con los grandes autores.
Fue un gran lector. En su casa nos comentaba su hija Patricia, hasta en la mesa llegaba con su libro y su periódico y su esposa doña Miriam tenía que llamarlo al orden para que descansara de aquélla sesión ininterrumpida de lectura.
Con esa figura longilínea que evocaba a los viejos caballeros de su natal Socorro y de San Gil en el siglo XIX, cuando se enfrentaban al cura José Pascual Afanador, el hombre de las sociedades democráticas, en una competencia para acomodarse a la nueva época en que las ideas liberales y las democráticas debían casar entre sí.
Su cepa Socorrana bien pronto lo colocó en sitios prominentes, en la Universidad del Rosario, asilo de los mejores glorias nacionales donde fue conciliar, el mayor honor dentro de la casta de los juristas de la vieja casona que en alguna época albergó en prisión a don Aquileo Parra y luego al pasar de los años, el viejo caseron ya curtido de tanta historia pasó a la universidad, con su patio enclaustrado y ese aire de convento virreinal que se pasea por las aulas
De mozo habia pasado por el Colegio San José de Guanentá de San Gil, también de las buenas cepas de la educación en Santander.
Dejó una amplía obra histórica, como ensayos sobre la Pola, el Libertador, José Antonio Galan, Florentino Gonzalez, Antonio Roldan.
Y tambien sobre ese personaje tan interesante ya nombrado, el cura José Pascual Afanador, quien dejó para la posteridad sus célebres cartas a la nobleza Sanguileña.
Por el Derecho Internacional Público se paseaba con mucha propiedad y sus alumnos tuvieron oportunidad de escucharlo con devoción en sus cátedras magistrales.
Se empeñó en el diseño de la bandera de Santander que es la que oficialmente se enarbola en las fiestas regionales y que simboliza este pedazo de tierra colombiana, cruzado por el Cañón del Chicamocha.
La gran devoción fue su familia, doña Miriam García su esposa y sus hijos María Mercedes, ya fallecida, Patricia o Patty como le décimos los amigos, Consuelo, Jorge Ernesto y Julio Fernando.
Había nacido en el Socorro en 1914 cuando se encendía la primera guerra mundial en Europa y murió en 1982.
Nos quedó el recuerdo de su señorio de bien, de la docta conversación y de la prosa salpimentada de ritmo castellano, elegante como él, con ese paso de galgo de buena raza.

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