viernes, 10 de agosto de 2012

EL PRESIDENTE SANTOS.

POR: RAUL PACHECO BLANCO. La primera generación de los santos fue la más brillante .Produjo un presidente : Eduardo y un gran periodista como Calibán. Eduardo fue toda una institución y se dio el lujo de representar una de las grandes corrientes del liberalismo del siglo XX, cuando se disputaban la plaza con los López. Santismo y lopismo eran las dos corrientes dominantes. Una de izquierda y la otra de derecha. Y Calibán era el columnista más leído del país, junto con Lucas Caballero, el inolvidable Klim. Calibán era sirvientero. La segunda generación fue menos brillante. Hernando y Enrique Santos Castillo . El primero en la línea ideológica de Eduardo y Enrique en cambio era la oveja negra de la familia, pues les resulto falangista. Así que en el reparto de las hijuelas, Eduardo le rebajó la cuota a a Enrique por sus devaneos falangistas, cuando él reclutaba cuanto republicano apareciera en Colombia, como el padre de González Pacheco. Viene la tercera generación , muy numerosa por cierto, en donde se destaca en primer lugar Enrique Santos Calderón, quien llegaría a ser director de El Tiempo y el columnista más leído del país, con su columna Contraescape. Y se dio el lujo de terciar hacia la izquierda, cuando hacían izquierdismo Gabriel García Márquez, Daniel Samper , Plinio Apuleyo, y otros tantos ya curados de espantos. Luego un periodista muy inquieto como Francisco Santos Calderón, quien llegaría a jefe de redacción, muy de entre casa, dicharachero, hombre de confianza, como que Alvaro Uribe lo llevaría a la vicepresidencia y no se equivocó. Y como subdirector aparecía Juan Manuel, hombre elegante, ambicioso, sin mayores pergaminos en el periodismo, pero peligroso como el solo por su ambición. Desde el primer momento dijo que quería ser presidente. En un principio no se le veía por donde. No tenia carisma, ni se expresaba con la soltura de Enrique. Era gago. Pero no daba puntada sin dedal. Antes de llegar al ministerio de Defensa de Alvaro Uribe nadie daba nada por una candidatura presidencial suya. Se le veía distante, muy lejos de un pueblo que él tenía en mira con sus propuestas de la Tercera Vía. Y allí en el ministerio de Defensa se consagraría. No sabemos si a base de buena suerte o de eficacia, pero lo cierto es que la guerrilla cedió terreno y dio de baja a jefes notables, hasta el punto de que se llego a prender la ilusión de derrotar militarmente a las Frac. Eso lo disparó. Pero no fue suficiente. Lo definitivo fue la piel de camaleón que lucio en el gobierno de Uribe, para pasar como el más leal y obsecuente seguidor de Alvaro Uribe. Era el campeón de la disciplina. Tanto, que Uribe no dudó en inclinar la balanza del electorado hacia él y hacerlo el candidato para sustituirlo. Por esa época orinaba uribismo. Mientras otros candidatos se esforzaban por aparecer independientes, él se esforzaba por lo contrario, por parecer leal, de tan bajo perfil, que el uribismo o sospechó en considerarlo como el alumno más aventajado de la promoción. Pero una vez elegido, escogió un gabinete cundido de enemigos de Uribe, cambió sus políticas, los enemigos de Uribe pasaron a ser sus amigos y él a ser santos, sobre todo heredero de Eduardo, el fundador de la dinastía. El uribismo se quedó en el pasado y la bandera del santismo fue desplegada a los cuatro vientos en el palacio presidencial. Ahora se cumplen los dos años de su gobierno, cuando el país no sabe si aplaudirlo o lamentarse, mientras que Alvaro Uribe si lo tiene claro. Su habilidad ha suplido todas sus carencias y nada de raro tiene que se haga reelegir, pues no surge un líder que le arrebate ese turno presidencial, a no ser que aparezca en estos dos años que faltan.

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