viernes, 10 de agosto de 2012

EL ENCANTO DEL INDICIO.

POR: RAUL PACHECO BLANCO. Piedad Córdoba tiene todo el encanto del indicio. Porque insinúa , desvela en sus gestos, en sus actitudes, en sus turbantes algo que ella esconde. Por ejemplo, su cuerpo, que es atrevido y que según parece y dicho por ella misma, es objeto del deseo del Procurador, quien en sus tardes de seminarista seguramente se encontraría con algo así tan perturbador. Y quiere tanto a los secuestrados, como a los secuestradores. Si bien es cierto se desvive por ir hasta las selvas donde se recoge la guerrilla, no sabemos qué la alegra más si la liberación del secuestrado, o su encuentro con el secuestrador. Con el secuestrado hay abrazos y besos, pero con el secuestrador hay más abrazos y más besos y brindis. Hasta se destapa la champaña de la selva. Luego se va para los pueblos indígenas y los arenga, poniendo toda su dialéctica en contra del gobierno y haciendo alardes de su buena oratoria, porque se inspira de verdad viendo la textura de cobre de los indígenas y de sus ancestrales injusticias y se pone a favor de ellos. Pero alega que no lleva en la pretina ni un cuchillo, que el vuelo de la palabra es el vuelo de la libertad y no el de la conspiración. Y hay que creerle. Y mientras el Procurador pide que se le cuestione, que se le investigue, el Fiscal más prudente, con mayor olfato de sabueso y con más malicia indígena se contiene, porque meterla a la cárcel sería perder el hilo conductor de la guerrilla pues mientras ella está en libertad, se le sigue la pista, se le siguen sus pasos, que casi siempre llegan al mismo llanito. Luego perderla a ella, es perder ese indicio precioso que a todas horas se está manifestando y que de pronto puede llevar a la tierra prometida. Lo que hay que tener en cuenta es saber qué clase de perfume usa Piedad para seguirle el rastro. Piedad en la cárcel hace más daño que por fuera. Porque por fuera nos deja soñar con una pista. Y se puede construir sobre esa pista. Piedad en la cárcel es un Mandela suelto, según ella, desde luego. Y se pierde el encanto de la conspiración cercana, que respira en la nuca y deja un vaho húmedo..

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