POR: RAUL PACHECO BLANCO
La navidad no pasa de ser una ilusión. Es algo que nos inventamos para eludir nuestras frustraciones, los queridos odios y todo aquello que contamine. A nadie le interesa que vuelva a nacer Jesús, entre otras cosas, porque ya no sabemos si es Dios o es un hombre, de acuerdo con la teoría de nuestros teólogos de cabecera. Nos inventamos una fiesta que comienza con la venta de arbolitos de navidad en los supermercados, para lo cual hemos establecido una prima de navidad que reactiva el comercio, porque qué tal que los comerciantes vayan a tener un mal año o que las playas de Cartagena se vayan a quedar desiertas para la llegada del niño Dios. Luego vienen los alumbrados, cuando se apagan las luces de los parques para que se vean entre la oscuridad unos dibujitos de colores, bien bonitos, mientras las calles se ven más oscuras que nunca, para que resalte el par de bombillas, de diversos colores que se agarran como enredaderas a los edificios. ¡Cómo es de oscura la navidad en las calles, para que se vean unos cuantos candelillas de colores! Prende si la ilusión del arbolito, arbolito lindo de Navidad ¿qué me vas a dar? Y rezar al arbolito con regalos envueltos en papeles vistosos, que simulan más de lo que son. Y si todavía le gusta el pesebre, porque cree que le va a traer casa para el año entrante, o porque si, es bonito, jugar a que el niño Dios nace y que nació en un pesebre lleno de vacas, en la pobreza más tercer mundista que se pueda concebir y sin embargo, salió disparado hacía la fama, no obstante que Judas lo hubiese traicionado y que Pedro lo negara una y otra vez. El niño Dios es una muestra de la movilidad social, porque empezando en el lumpen proletariat, terminó como Rey en el imperio romano, cuando Constantino el Grande le puso la corona y lo subió de status. Y llego la noche, la noche buena. De pronto el whisky no entra, pero hay que entrarle, ¡Es navidad! Los regalos dan hasta el techo. Es hora de repartirlos y se crea otra ilusión pasajera, ¿Qué será? Una pijama, pero no importa, el whisky ya sabe mejor. Y la cena, el pavo, los tamales, las carnes frías, lo que sea, ya no sabe a nada porque el whisky se llevó todos los sabores como regalo de navidad. Al día siguiente el guayabo, la depresión. ¿Qué se hizo la ilusión, donde está? Vendrá el año entrante. Y todo seguirá igual.
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viernes, 21 de diciembre de 2007
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