POR: RAUL PACHECO BLANCO
Ingrid Betancourt ha venido avanzando en su carrera política. Ahora está en una fase dura, que es la del martirio, de la cárcel, como le ha tocado a tanto prócer que se respete.
Ella escogió esa suerte, pero ha sido consecuente con ésa decisión . Porque daba la impresión de ser un simple pantallazo, de ir a pasar unos cuantos dias con la guerrilla para saber cómo era ese cuento y que al poco tiempo ya la estarían liberando . O que terminaría de aliada de la guerrilla, comiéndose una mandarina, antes de lanzarse al agua, desnuda, en compañía de los guerrilleros, de los cuales se enamoraría, para seguir con el cuento del síndrome de Estocolmo. Y que seguramente tomaría las armas para venirse contra el establecimiento, del cual ella también formaba parte, pero que políticamente resultaba rentable para su carrera política.
Pero no fue así. Asumió su papel con una dignidad que hoy merece el respeto de los colombianos, porque está viviendo en carne propia, algo que los colombianos estaban viviendo de tiempo atrás, el secuestro, con todas sus secuelas.
Y aprovecha las escasas oportunidades que tiene, para proyectar un mensaje, para expresar todo el dolor que siente, como el de los colombianos secuestrados, a quienes los coge la navidad y el año nuevo bajo el espectro de una selva tupida, en donde no se cuela el sol.
Ahora acaba de elaborarse su propia estatua, que recorre en su imaginario, el genio de Miguel Angel cuando modela a su Moisés, o el de Rodin, con su pensador, postrado ante el misterio o la certeza del saber. Ella allí en ese video que trataba de mostrarla ante el mundo como un ser vivo, se recogió en sí misma, protestó hasta lo íntimo de sus arterias y labró su figura de cautiva, doblada por la tristeza del aislamiento, con más vigor con que Picasso lo expresara en su Guernica, con ese lamento cargado de incertidumbre y con más volumen que el que pueda tener el grito , la celebre pintura expresonista, que se conmueve ante los rigores de la guerra.
Ella se acaba de esculpir así misma, de cara al mundo y , ya no tiene que acudir a otros apoyos gráficos que éste, desgarrador, en que logró congelar la imagen, tratando de hacer del video una fotografía. Congeló el tiempo en tal forma, que el movimiento de la cámara no pudo con su inmovilidad de ser humano en desgracia.
Si hacía falta un símbolo para proyectarla, no hubo necesidad de acudir al escultor, o al fotógrafo, o al publicista para que difundiera el mensaje por el mundo, porque ella misma fue capáz de elaborarse su propio monumento.
Su inteligencia, su preparación intelectual, se vieron muy claras tanto en su mensaje enviado a su madre Yolanda, como en el aprovechamiento de un video que servía más como prueba judicial, que como un pedazo de historia.
A partir de ahí, el mundo no se puede imaginar de otra forma a Ingrid Betancourt, que como la vimos en el video, que ella, con su talento, con sus ganas, con su coherencia, logró plasmar la imagen del secuestrado.
Ya no se trata de la niña bien que buscaba jugar con la guerrilla, sino de la mujer madura, que asume con plena responsabilidad su decisión política.
En ese cautiverio ella ha trabajado más para su carrera política, que en tantas horas y años en campaña. Ella lo sabía.
A partir de aquí, se ha creado su propio pedestal. Algo con que la guerrilla no contaba, tratando de doblegar la frágil figura de una niña bien en la selva, que buscaría salidas, como la de aliarse con ellas, o prestar favores de burguesita con tal de lograr salidas fáciles. Su dignidad ha estado por encima de todo eso.
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