Por: Raul Pacheco Blanco
Felipe Moreno era famoso en las épocas de estudiante porque le había donado uno de sus riñones a su pariente Francisco Cartagena.
Lo veíamos en la casa de las Cadavid en el parque Antonia Santos y de pronto echándonos piedra a los estudiantes de San Pedro Claver en los partidos de básquet , lo cual no me consta.
Desde esa época tenía ya pinta de Pedro Armendáriz o de Vicente Fernández, señal de predestinación para cantar rancheras , pero se decidió por cantar boleros.
Y el bolero pegajoso era lo que se imponía en esa época, cuando las parejas no pasaban de un solo ladrillo.
Con el bolero nos enamorábamos todos, casi fue el himno de toda una generación , porque convocaba más que el himno nacional , tan lejano en los instrumentos de la Sinfónica Nacional interpretándolo desde las gradas del capitolio, mientras que el bolero estaba ahí, en la esquina, donde se organizaba un baile.
Pero el bachillerato pasó y paramos en Bogotá . Eran los años 50s.
Unos estábamos en el caurtel, otros en la Universidad y Felipe Moreno se daba el lujo de viajar al exterior a hacerse médico y no bolerista.
Pero estaba enamorado de una niña rubia, muy linda, hija de Ortiz Gómez el dueño de la botica de su nombre que en la calle 35 formulaba y vendía las medicinas más confiables de la ciudad.
Al dia siguiente viajaba a España y el aeropuerto de Techo lo esperaba para llevárselo a la Madre Patria , en medio del guayabo de dejar la novia de bachillerato.
Nosotros soportábamos parecida nostalgia de nuestros hogares `por tener que acuartelarnos en Usaquén a prestar el servicio militar obligatorio para bachilleres.
El hombre se marchó y los años pasaron.
Volvó hecho un médico pero con el mismo bigote y la misma pinta de artista mexicano.
Y se habia enamorado, pero ya no con el candor del bachiller, sino con algo más fuerte que definitivamente lo estremeció y lo atravesó por los cuatro costados.
Como se puede apreciar en las Estaciones, el acetato donde canta unos boleros de agarre que no lo tocan solo a él, sino a toda una generación, que vuelve a vivir con ellos los mejores recuerdos de esas enamoradas agónicas.
Esas estaciones que él vive o revive con esa voz que hace recordar a los mejores boleristas de la línea de Leo Marini , que para nosotros era el mejor, como Toña la Negra, entre las mujeres, y nos pone a vivir lo que él vivió con tanta entrega y con tanta devoción.
Escuchar al doctor bolero, como él se llama , es un placer de dioses cargados de nostalgia, que no se sienten caídos sino levantados por la magia de un ritmo que en la voz de Felipe Moreno , nos lleva sin visa ni pasaporte a algo que fue nuestro y sigue siéndolo, a pesar del tiempo y, que no riza la piel sino que la conmueve y ¡ la estremece.!
domingo, 19 de agosto de 2007
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