lunes, 18 de octubre de 2010


















NO HAY SILENCIO QUE NO TERMINE:
Por: Raúl Pacheco Blanco

LO LITERARIO.

No sabemos si Ingrid Betancourt quiso escribir una novela sobre su secuestro y empezó en ese estilo descriptivo, en que las cosas se van sucediendo a nuestro alrededor, las contemplamos y cohabitamos con ellas. O por el contrario, quiso simplemente relatarnos su secuestro, con un criterio narrativo, en pasado, sin detenerse en ese fluir de las cosas en el mismo momento en que se está leyendo. Si quiso hacer lo primero, pues fracasó en su intento, porque no obstante la crudeza y el realismo con que cuenta las cosas, no tiene la fuerza descriptiva de ese primer capítulo. Sin embargo me atrevo a pensar que esta fue más bien una decisión del editor que resolvió poner como gancho para que el lector de una vez quedara atrapado por el suspenso que la fuga produce y se deslice como si el tiempo se fuera por el filo de la navaja, o al tajo en que se inicia el precipicio, ya a punto de caer. Por eso Juan Carlos Pastrana cayó en la trampa, cuando se dejaba embrujar por ese primer capítulo que según él, sería como para un premio Nobel. Se adelantó al resto de la obra.
Y lo digo, porque los hechos del primer capítulo fueron posteriores a los que aparecen de primeros en el libro.
La autora escogió para narrar, la primera persona que se acomoda muy bien a la experiencia personal que ella vivió en la selva.
Llama la atención en primer lugar, la solvencia con que la autora maneja las palabras y construye las frases, lo que denota la presencia de una escritora de primera línea.
Se ve que la novela , el cuento y demás medios literarios no le son esquivos y de ahí que esa influencia literaria se va manifestando en los diversos capítulos. No debemos olvidar que ella es hija de un intelectual, como lo fue Gabriel Betancourt Mejía y que además, se educó en la escuela de derecho a dónde van los grandes políticos franceses y que uno de sus compañeros de curso fue nada más y nada menos que Dominique de Villepin, ex ministro de estado y émulo de Nicolás Sarkozy.
Por eso hay momentos en que uno se sienten metido en el universo de Conrad, cuando en el Corazón de las Tinieblas nos trazó una visión de la selva que se compenetraba en tal forma con su personaje central, como si fuera una liana más del paisaje, en una simbiosis entre hombre y naturaleza, difícil de superar. Y en otras, se ve fugazmente la huella de Pedro Páramo, el personaje de Rulfo. Otros críticos le han encontrado parentesco también con Stefan Sweing, por la forma de manejar el suspenso.
Pero los capítulos son desiguales : unos muy bien llevados, en tanto que otros apenas se mantienen como retazos o como si hubiera cansancio en la narradora. Hay momentos en que el libro de vuelve tedioso, por cuanto aparece una rutina monocorde que hace bajarle la moral al lector.
El testimonio humano salta a la vista y reitera aquello de que el hombre es capaz de los actos más sublimes y de las mayores bajezas. Unas veces la guerrilla es magnánima con ella y luego se ensaña y lapida sin misericordia. El temple de una mujer como Ingrid queda manifestado en todos los capítulos, con ese peso de una personalidad dominante, que se hace odiar de unos y amar de otros. Lo mismo que esa estratificación inevitable, cuando se forman los núcleos y los centros de poder. En este caso, el poder elemental de los guerrilleros y como , no digamos contrapoder, sino como poder dentro del despoder, de aquellos que tenían una mayor educación y una mayor posición social y económica, que buscaban su propio acomodo en la desgracia. Aun allí, en medio de la desolación, de la humillación y de todas las circunstancias que se viven en una experiencia como esta, se quiere sacar ventaja e imponer criterios por encima de otros .
Ingrid no buscó y, los demás tampoco, una cohesión comunitaria , sino todo lo contrario, se formaron grupos y grupúsculos de acuerdo con las afinidades de cada quien. Ingrid impuso su centro de poder junto con Pérez y de ahí que en el relato de los gringos, aquellos se quejaran de ese desvío de solidaridad en que se vieron envueltos, por la insistencia de Ingrid en que ella estaba por encima de todos los demás. Y ciertamente, Ingrid nunca bajó la guardia en cuanto a la protección de esa ventaja que les llevaba a todos los demás secuestrados.
De ahí la animadversión que creó a su alrededor.
No cabe duda de que la experiencia vivida por ella está muy bien retratada en su relato Y en donde nos deja muy en claro, la enorme complejidad de su personalidad. Es muy coherente si, en su postura inicial de buscar por todos los medios su fuga, cosa que intentó en varias oportunidades, sin éxito alguno y que fue el caldo de cultivo para marear sus relaciones con los jefes guerrilleros, que en medio de todo trataban de congraciarse con ella, porque al menos ahí veían el espejismo de una sociedad tan ajena a ellos. Y el trato con una mujer delicada, de mundo, de clase, cosa que ellos no conocían ni por el forro, o acaso cuando los acercamientos en el gobierno de Pastrana entre guerrilla y Gobierno.
Otro capítulo que merece también especial atención es el Descenso a los infiernos , en donde vuelve a tomar ese ritmo narrativo del primero, con su acento y tensión de novela, Aquel donde describe : “ El bote saltó sobre la primera liana de las rocas, rebotó sobre lo segunda y estalló al golpear la tercera. Sus ocupantes volaron por los aires, propulsados como proyectiles y desaparecieron en la espuma de la tumultuosa corriente. Gafas estaba sentado frente a mí . Ni siquiera pestañeó.” ( pag 504).
Sin embargo no alcanza la dimensión de obras como Vida y Destino de Grossman, en donde se trazaron las iniquidades de los alemanes en su lucha contra los judíos en la segunda guerra mundial.
También podemos darnos cuenta de que la experiencia de Ingrid es de tal magnitud, que sobraba la ficción y de ahí que ella hubiera decidido optar por el relato que se defendía solo, como en efecto sucedió. Ya quisiera un novelista disponer de semejante material para hacer vivir a sus lectores, lo que Ingrid Betancourt vivió en la selva. Es por lo tanto, uno de los grandes relatos de nuestra literatura nacional.

LO POLITICO.

Ya en el terreno político es otro cantar. En primer lugar, Ingrid da su versión sobre la forma en que fue secuestrada, que no corresponde a la realidad de los hechos, pues hay múltiples testimonios que contradicen todo lo dicho por ella. Tanto el testimonio de los militares, quienes la disuadieron de que no pasara de allí, que no se internara en un territorio dominado por las Farc y hasta le hicieron firmar una constancia de que ella circularía bajo su cuenta y riesgo. Esto no lo reconoce, lo que afecta la veracidad de muchos de los episodios vividos. Hasta sus mismos guarda espaldas se negaron a continuar respondiendo por ella en ese terreno minado de guerrilla. Ya sobre esto se ha dicho mucho y se llega a la conclusión de que ella buscaba posicionarse ante la opinión pública, con un secuestro que durara poco tiempo y luego salir convertida en una heroína, en una nueva Juana de Arco, como lo pretendían los franceses. Además, estaba segura que Tiro Fijo no le haría nada y le devolvería la libertad en pocos días, pues para algo se lo había presentado Piedad Córdoba Lo consideraba afín en algunos aspectos, y un anfitrión que la rodearía de comodidades y de honores, como quiera que luchaban en la misma línea con la guerrilla, cuando ella la tenia idealizada. Esto lo confirma implícitamente en su libro, cuando conoció a Marulanda, por intermedio de Piedad Córdoba.. Es decir, en una parecida jugada a la ya histórica del gobierno de Marroquín, de propiciar una “guerrita” de pocos días para poder decretar el estado de sitio y legislar por decretos. Pero la “guerrita” se le convirtió en la guerra de los Mil Dias.
Una vez capturada y secuestrada, su intención se mantuvo a lo largo de los años, de buscar siempre la libertad, a como diera, fugándose . Y lo intentó varias veces, sin conseguirlo.. Su comportamiento con los demás, está expresado en el testimonio de los norteamericanos, quienes sufrieron la pedantería de clase que exhibía ante ellos y la seguridad de su inmunidad de política en ascenso. Ella por el contrario se muestra en la narración como una persona adorable, buena compañera, colaboradora, integradora que solo buscaba el bien de los demás, cosa que no encuentra respuesta en los demás secuestrados, fuera del corro intimo que logró construir alrededor de Luis Eladio Pérez, Pinchao y uno que otro, pues sus relaciones con Clara Rojas siempre fueron traumáticas. Con ella parece que además de sus diferencias temperamentales, las distanció la atracción por el guerrillero Ferney, quien parece ser el padre de Emmanuel, el hijo de Clara Rojas, pues a Ingrid también le caía bien, cosa que no soportó Clara Rojas y desató una guerra de odio contra Ingrid, por haberse metido con la persona escogida para ser el padre de su hijo.
Quedó muy bien definida la actitud tanto de Ingrid como la de Clara, pues mientras ésta quería adaptarse a su situación , inclusive proyectarse en ese nuevo mundo, para darle cabida a su maternidad, Ingrid en cambio estaba obsesionada por salir de allí para continuar en su carrera presidencial, como se lo había impuesto.
Cabe también destacar el énfasis que Ingrid le da a su condición de francesa, cosa que la hacía sentir muy por encima de los demás, pues el gobierno de Sarkosy estaba atento a lo que le sucediera y precisamente Ingrid esperaba esa ayuda francesa para lograr su liberación.
No se ve en cambio, el deseo de que el ejército colombiano le colaborara en un rescate, por cuanto lo consideraba el responsable de su secuestro, ya que había permitido que ella avanzara hacia territorio dominado por las Farc . Solo al ver que Francia fracasaba en su intento, fue cuando vino a contemplar la posibilidad de que el ejército colombiano intentara un rescate militar, aun a costa de su propia vida, pues es el ambiente se había hecho inaguantable. A través de los distintos capítulos no se ve que ella como ciudadana colombiana esperara algo bueno de su propio gobierno, lo cual casaba con la actitud que mantenía su madre, Yolanda Pulecio, quien prácticamente le echaba la culpa del secuestro al gobierno colombiano. Pero a su vez, parecía que Ingrid le ocultaba a su madre todas las humillaciones que sufría por parte de la guerrilla, pues la rabia de su progenitora siempre se enderezaba contra el gobierno y no contra las Farc . Aunque ese maltrato que ella a veces describe con trazos muy severos, aparecen episodios en que el respeto , la tolerancia y el privilegio que existían por ella en el personal de las Farc , se destaca la escena de Mono Liso, el adolescente que se masturba viéndola en su ducha como fruto inaccesible. En otro caso, la simple masturbación se hubiera convertido en violaciones permanentes por parte de los comandantes. En ese sentido, hubo respeto. ¿ O no?.
Deja si en el aire, el manejo de su sexualidad que seguramente lo considerará como un derecho inalienable de su personalidad, a la cual no puede entrar nadie. No se desnuda como muchas de las escritoras francesas. Antes por el contrario, narra unos amores de colegiala con el norteamericano Marc, a base de cartas para eludir la prohibición que les tenia la guerrilla de conversar entre si, como táctica muy extendida de evitar la cohesión entre los secuestrados y ser con ello presa fácil para los desencuentros..
Y llama mucho la atención, por último, los capítulos finales en que la narradora no da pistas de que se encuentra al borde de la libertad y vamos entrando a ese periodo como si se tratara de un día más. Y desde luego, no hacía falta narración alguna en ese sentido, pues todos nos sabíamos ya de memoria los momentos de su liberación. Ya era un campo demasiado conocido para los lectores. Así , que no hubo adrenalina ni entusiasmo, en ese final feliz. Y se desquitó con Lecompte, su ultimo0 marido, para el cual no hubo espacio en este final feliz.

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