sábado, 2 de enero de 2010

SARTREANOS Y CAMUSIANOS
















POR: RAUL PACHECO BLANCO:

En los años cincuenta del siglo pasado los que teníamos alguna inquietud intelectual, o podíamos darnos el lujo de acercarnos a uno que otro libro, o éramos sartreanos o éramos camusianos.,
Generalmente los de izquierda seguían al intelectual que se reunía en el café a la tertulia de todos los días, a pescar la imagen de la actualidad, siempre al lado de Simona de Beauvoir , su compañera y, con la cual tenía un pacto de lealtad en el matrimonio: libertad absoluta, pero sin esconder nada.
Y los de derecha seguíamos a Camus.
Era innegable la preponderancia de Sartre por esa época, pues él con sus gafas de aumento y su estrabismo, al igual que su pipa milenaria, como que formaban un clisé, o una imagen bien acuñada que impactaba en los periódicos y revistas y su obras jugaban en dos canchas : la literaria y la política
Escribía y era un activista político.
A tal punto se llegaban las cosas, que en los colegios religiosos, como el San Pedro Claver de Bucaramanga, donde estudiábamos, las obras de Sartre eran prohibidas.
A mi me echaron del colegio porque en un recreo me puse a decir que leía las obras de Sartre y que me parecía un ingenuo el Papa, por ponerse a prohibir sus obras.
Eso llegó al púlpito y la cosa se fue a mayores, porque me expulsaron, cuando en realidad no había leído nada de Sartre.
En cambio si había leído a Camus. Pero ya este no era el “coco” para los jesuitas.
El evangelio para los sectores de izquierda de ese momento era La Náusea, el existencialismo que exudaba Sartre, mientras que Camus apenas pasaba como un argelino venido a más, apreciado por sectores muy minoritarios y sin mayor relevancia.
El premio Nobel de literatura lo vendría a jerarquizar y a ponerlo en la órbita de los grandes.
Pero pasando el tiempo, la obra de Sartre se fue perdiendo en el olvido, mientras que Camus se iba volviendo cada vez más actual, más sintonizada con las cosas.
Ahora son muchos los que siguen leyendo El Hombre Rebelde, El Extranjero, y sobre todo, el Mito de Sísifo, como compendio de la suerte del hombre en la tierra, o como diría Jaspers, el puesto del hombre en el cosmos, limitado y frustrante.
Y en cambio nadie volvió a leer la Nausea, ni las obras teatrales del tertuliante y emblemático hombre de los cafés de París.
Hoy, ni la izquierda lo recuerda.

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