sábado, 28 de noviembre de 2009

EL HOMBRE Y SUS DOS MUJERES.

A mi oficina llegaba él con sus dos mujeres. Y no para que le atendiera un caso en donde el motivo central fueran ellas : la pelea de la una con la otra por la exclusividad, ni la incompatibilidad de caracteres, ni la desarmonía conyugal, nada de eso.
Eran problemas de carácter civil, quizá de linderos, de posesión con respecto a algún predio, en fin .
Mientras él entraba a mi despacho, las dos señoras se quedaban afuera esperándolo, o una de ellas estaba al timón de su carro, parqueada frente a la oficina.
La una era una niña de muy corta edad, apenas pasaba de los quince, la otra ya iba mas adelante y podría ser la hermana mayor de la primera.
Ambas eran agraciadas.
A veces iba con una sola de ellas y me la presentaba como su señora, la más joven , muy despierta por cierto, conocedora de los negocios de su marido, muy bien parada pues, en su puesto.
Y luego aparecía con la otra y me hacía la misma presentación : le presento a mi señora. Ya mas formal, muy señora de su casa y de su marido.
Pero en todo caso, la regla era que iba con las dos a todas partes, seguramente se turnaban en el timón del carro, o estar cerca a su marido en el puesto de adelante.
No sabría como sería la disposición de ellas en la mesa a la hora de comer y menos, por la noche, cuando se iban a acostar.
Se veía en todo caso, que por eso tampoco había problema.
La armonía regía las relaciones entre los tres, sin que se rompiera fuegos, ni nada que se la pareciera.
Cuando entraba a mi despacho una ellas a llevar un papel que faltaba para el pleito, jamás escuché queja alguna de la una contra la otra o viceversa. Para ellas, era lo mas común y corriente, como si fueran hijas del mismo padre o pertenecieran a la misma familia, en igualdad de condiciones.
Si se buscara premiar a verdaderos abanderados de la paz familia habría que acudir a ellos.
Si se planeara alguna campaña cívica para vivir la vida en familia dentro de un equilibrio , una comprensión y un amor entre familiares, ellos serían los prototipos de ese ideal de vida..
Los años fueron pasando, viajes, cambio de actividades, cierre de la oficina, en fin, tantas cosas, la trilogía armoniosa se me perdió del mapa.
Y luego de treinta años de no ver a mi cliente, llegaba yo a la carrera 33, cuando me encontré de manos a boca con una camioneta, en donde sobresalía, rozagante, mi cliente de años anteriores. Había echado unos cuantos kilos más y me saludó con la misma deferencia de siempre. Yo apenas lo ví, me acordé de su vida y milagros y le dije : ¿ bueno, ¿ y sus señoras?.
Y me contestó : aquí las llevo. La una iba plácidamente al lado suyo y la otra en la parte de atrás. Se respiraba la misma armonía de siempre.

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