sábado, 3 de octubre de 2009

EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS:

POR: RAUL PACHECO BLANCO:

A mi me pasó algo muy particular con esta novela. Intenté leerla varias veces y no pude. Quizá alguna vez la leí toda, pero pasando por encima de los capítulos como un sonámbulo, pues no me sedujo. Inclusive encontré subrayados interesantes.
Luego siguió zumbándome en la cabeza, sobre todo por la admiración que Conrad suscitaba entre muchos autores, en especial Juan Gabriel Vásquez, un joven novelista de mucho talento. Entonces la volví a retomar y tampoco arrancaba. Hasta que por fin me cansé y me dije : o leo esta novela o la leo.
Ahí fue cuando empecé a encontrar semejante joya de novela. Me agarró el personaje de Kurtz , con la misma fuerza telúrica con que él se vio envuelto con la naturaleza.
Hay tal creación de ficción allí, que uno se siente dentro de un ambiente tan hostil , que cree aferrarse al sitio donde se encuentra, para evitar que aquella manigua se lo trague, a que aquel mundo agónico lo devore.
Kurts es todo un personaje metido en la selva, que logra un gran ascendiente dentro de la gente que trata, sobre todo de los indígenas, quienes lo veneran.
Y Conrad hace alardes con él, lo va definiendo en la lejanía, sin acercarse mucho a él, como quien teme coger una brasa ardiente y toma la misma técnica de Kafka en el castillo, rodeando el personaje, proyectándolo a la distancia, volviéndolo muy presente a base de deliberadas ausencias.
Ahí es donde un queda seducido por la narración. Porque el hombre se convierte en algo que forma parte de lo vegetal, de lo animal, de lo humano, como si se tratara de un todo que en determinado momento se expresa, para crear hechos, para hincar sucesos.
Su voz puede ser la voz de un junco o de un animal marino, su personalidad lo invade todo. Es el auténtico jefe, el hombre predestinado para mandar, para subyugar, así como el león domina la selva.
Cuando el narrador lo encuentra, ya está enfermo, pero sin embargo su brazo pesa más que un palo de mango, sus palabras son sabias y van dirigidas a objetivos.
Esa relación de un hombre con la tierra, no la había visto yo tan perfectamente lograda como allí. El tiempo se encargó de ponerle raíces vegetales a una vida que comenzó como humana, pero se enraizó de tal manera, que se volvió telúrica.
Hay allí tal vitalidad en la narración, donde las palabras, las simples palabras se encargan de crear la ficción, que se encrespa y se revuelva. Es algo que solamente se capta muy de vez en cuando en una novela, para raparle a la vida un trozo de si misma.

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