domingo, 21 de octubre de 2007

LA NOVELA DE ENRIQUE SERRANO

Por : RAUL PACHECO BLANCO.

Se trata de una novela lo suficientemente estructurada luego de un proceso de investigación para rastrear los orígenes judíos de los zapatocas, a través de épocas en que la Inquisición forzaba la conversión al catolicismo y fomentaba la emigración hacia tierras “ Donde no te conozcan”, como el título de la novela de Enrique Serrano.
La historia muy bien llevada, escalonando los pasos , ensamblando piezas, como lo pide la técnica de la novela.
Escrita además en un estilo castizo, lejos de la brillantez de los escritores latinoamericanos , que a Pamuk le parecen empalagosos, como García Márquez y compañía.
Es un estilo mate, castigado, narrado en tercera persona , con frases trabajadas con esmero , como podemos verlo en estas citas : “ El mayor error del hombre consiste en creer soberbiamente que las ideas que se forman en su mente sobre Dios son las ideas del Dios mismo , cuando en verdad son tan solo deleznables iridiscencias” ( pag 52 ).
Y esta otra : “ Todos los hombres escriben el mismo libro , así no agreguen más que balbuceos y medias palabras. Descubrir nuevas tierras, conquistar pueblos, enriquecerse, poseer los cuerpos y las almas de hermosas mujeres y gozar de la compañía de los hijos amados y demás seres queridos es el único agravio que hacemos a la muerte”. ( pag l93 ).
Pero cuando uno lee una novela demasiado elaborada, con devoción de arquitecto , el espectáculo se va por los lados de la estética, bien sea clásica o romántica : un lenguaje muy depurado, o lleno de capiteles, de arcadas, de gorgueras, de agujas góticas, pero en donde la vida no escarba por allí , los personajes no se concretan, la carne y el hueso como que desaparecen para dar paso a la epopeya o a la lírica; esa herida que se infecta, esa vena que late, esa mirada que enamora , no aparecen por allí.
Eso le pasa a uno con novelas tan perfectas como La Tejedora de Coronas, de German Espinosa o Ursúa de William Ospina , llenas de conocimientos, repletas de información, rebosantes de cultura, pero les falta ese aliento vital, que fluye en Madame Bovary o en Ana Karenina, donde la vida respira.
Y además, con un lenguaje fulgurante, como si se entrara en una catedral verbal, mientras el órgano invade las naves con sus notas llenas de espacio, en un desplazamiento fáustico.
En la novela de Enrique Serrano se va a lo castizo en cuanto al lenguaje, pero también se deja llevar de la técnica de una novela demasiado ensamblada, con piezas previamente construidas, sin permitir que el aire penetre en sus esclusas, la luz, los malos olores, o los buenos, los colores.
Históricamente se ve la forma de casar una cultura con otra, el origen, los desarrollos, pero no el encuentro vital, encarnado en los personajes.
En tanto que en novelas como las de Efraím Medina Reyes, no obstante el afán de crudeza en relatar ambientes sórdidos, se sienten los malos olores, la crápula que acompaña a esos personajes barrio-bajeros.
De pronto una de las características de la literatura latinoamericana sea esa exhuberancia verbal que no se da tregua, como en La Tejedora de Coronas, construida sin puntuación en cada uno de sus capítulos, que a veces no se permite el lento respirar del lector.

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