sábado, 18 de junio de 2016

EL TURBAYISMO.



POR: RAÚL  PACHECO  BLANCO.

 

Resulta interesante analizar la personalidad y la vida política de Julio César Turbay, bajo tres perspectivas: el clientelismo, su inserción en la élite, no obstante la despectiva consideración de “turco” y una concepción moralista que va con la cultura nuestra. Antes, una pequeña historia para la gente joven que no lo conoció. Hijo de una profesora de escuela y de un inmigrante libanes fue capaz de hacer una carrera política muy brillante, en la época en que Alberto y Carlos Lleras eran los dominantes en la política liberal. Se dio el lujo de humillar, desde luego después de humillarse mucho él, ante ellos, a Carlos cuando le ganó el pulso por la candidatura liberal. Era un hombre elegante, vestido siempre de corbatín para seguir la moda de Alfonso López Pumarejo y de un sabio manejo de las personas y de las cosas. Se dio el lujo también, de aprovechar su presidencia para irse de fiesta con comitiva abordo, por las principales ciudades el país, pero sobre todo, a Cúcuta, donde el obispo de la época tuvo que ver con él por sus repetidas hazañas de salón. A Turbay no se le entró el elefante a la casa como al presidente Samper, sino el bailarín y el conquistador otoñal. Pero vamos al grano: en cuanto al clientelismo, creó toda una escuela desde sus inicios en la política como diputado a la asamblea de Cundinamarca. Hacía política las veinticuatro horas del día y sobre todo, se dedicó a servir a sus amigos, buscándoles puesto, sin olvidar también pequeños detalles como la tarjeta de navidad, el saludo desde lejanas tierras cuando estaba en una embajada, el saludo cariñoso en los encuentros fortuitos, en fin. Un seductor de la política. De ahí que se ganara una cauda de seguidores que lo acompañaban para hacer las convenciones, en las cuales era un maestro, para arreglarlas a su modo y manera, hasta convertirse en el amo y señor de un liberalismo que lo tuvo en su momento como su jefe único, tras agotarse el ciclo de los Lleras. De ahí pues, sus seguidores se convertían en una clientela cautiva. Luego su inserción en la política, después del descalabro de Gabriel Turbay, quien no pasó el examen de la clase política colombiana y con el baldón de “turco no”, escrito en todas las paredes de Colombia, cuando compitió su candidatura presidencial con Jorge Eliécer Gaitán, lo detuvieron y lo llevaron a asilar su depresión en Paris, donde murió muy joven. Turbay Ayala sobrevivió al estigma de su origen, que por cierto no es turco, sino libanes. Pero tenía sangre colombiana, cosa que no tenía Gabriel, según Eduardo Santos. En todo caso se sobrepuso a ese estigma y llegó a la presidencia, creando pues, su propia casa presidencial. Y como moralista también echó su cuarto a espadas cuando dijo que se podía echar mano de la plata del estado, pero en sus justas proporciones. Es decir, una moral de a poquitos, pero en todo caso compasiva con el tesoro nacional.

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