sábado, 8 de septiembre de 2012

PARA VER FUTBOL.

POR: RAUL PACHECO BLANCO. Para ver futbol no hay necesidad de enfundarse en una camiseta de hincha, ni llevarse la bota llena de aguardiente al estadio, ni instalarse allí en las graderías a gritar, a insultar al árbitro, a saltar durante todo el partido y dejar de ver las jugadas; a tirar huesos de marrano cuando el rival meta un gol y luego lanzarse al suelo porque su equipo del alma acaba de hacer el gol anhelado. El hincha es el peor enemigo del fútbol , es la antítesis de él. El espectáculo no necesita elementos extraños al verdadero rito del futbol que consiste en observar la jugadas, en juzgarlas, en criticarlas o elogiarlos, en gozar con ellas. Es como el buen trazo de un cuadro al oleo un taco bien hecho a la hora de la verdad, cuando se cede el pase para el gol. Es embelezarse cuando el equipo, cualquiera de los dos, empieza a hilvanar juagadas, a crear paredes que no se acaban nunca y que van escalonándose hasta que se corona en el gol. Es asistir al prodigio del jugador que se levanta en al aire como en una danza ritual y a la luz del sol de la tarde, amaga con una pierna y le da con la otra el golpe de suerte que va a dormirse en el dormitorio de las redes. Y el portero con humildad no tiene otra alternativa que agacharse a tomar el balón de su derrota. O ver una rabona en al área, saliendo como un surtidor de agua a refrescar el partido árido. Pero el mejor espectáculo es el del portero, porque él tiene contacto con el aire, tiene nostalgia de nube y de cielo y se mece y se estremece en el aire cuando el balón lo reta y se estira y se alarga su figura hasta alcanzar dimensiones imposibles. Ahí brama el estadio y cuando cae al suelo, llevándose en las manos el balón, apenas siente que la verdad se le hace cuero o plástico y la certidumbre total de la vida lo ilumina. Este espectáculo no se puede ver borracho, lleno de odio, o en una situación que no sea la de gozar el arte. Porque muchas veces es como asistir a un concierto y otras a una exposición de pintura, o a una danza. Porque de todo tiene el fútbol. Ahí el arte se integra en una sola verdad y cuaja como lo que acaba de hacerse. El estadio es como un teatro, donde los actores se juegan la vida moldeando sus obras con el balón. Y ahí es donde está el arte. De tomar un pelota de cuero y transformarla en un instrumento que eleva el espíritu, que lo transporta, que le llega hasta lo más intimo y puro. El balón es el vehículo para hermanar muchas cosas y llevarlas a encontrarle lo mejor de cada una de ellas y sirve de estímulo para conectarse con el otro, para caminar junto al otro, para integrarse con el otro y en ese afán, llegar a una meta común que es el gol. Es un tejido de armonías que termina en la apoteosis de la comunión. Porque con el gol, se comulga, se recibe la especie consagrada que está cargada de humanidad. Nada mas ejemplar para la solidaridad de una comunidad, que un partido de fútbol en donde el compañerismo y la camaradería invaden el ambiente y propician el acercamiento para llegar al arte. El futbol pues, no son los huesos de marrano, ni el piquete que se lleva no tanto para calmar el hambre en las tribunas bajas, sino como arma contra los enemigos, ni es la mentada de la madre del árbitro.

No hay comentarios: