viernes, 2 de noviembre de 2018

LA FAMILIA QUE ME TOCÓ


POR: RAUL PACHECO BLANCO

Se queja Enrique Santos en su libro de memorias, del país que le tocó vivir, con cierta razón, pero sin tener en cuenta que lo más importante no es esto, sino  la familia en que le tocó nacer, pues ésta lo determinó, lo situó y lo proyectó. Sin esa familia no hubiera llegado a donde llegó. Y nos atreveríamos a decir que Alvaro Uribe sin la familia Santos tampoco habría llegado a donde ha llegado y sigue llegando, si nos atenemos a que Colombia ha sido un país tradicional, reverente con sus familias ancestrales, a las cuales ha llevado al poder sucesivamente.

 En este medio pertenecer a una familia como la Santos que viene desde la época de la Independencia, con Antonia, la prócer mayor de la dinastía, pasando por Eduardo el presidente de los años Veinte, que se disputó con Alfonso López la historia de Colombia durante un largo trayecto. Y que fundó el periódico más importante del país, que ponía presidentes y orientaba la opinión pública, hasta llegar a la presidencia de su hermano menor, que le duele en su primogenitura y, para colmo de males, pasar por la vicepresidencia de su primo Pacho, que según  la familia es un  tanto caído del sarzo, ya había de por si una predestinación.

Por eso se le facilitaron las cosas y se lanzó a fundar una revista de izquierda, Alternativa, con  soporte de la chequera del premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez.

Y después de quemar ese cartucho en donde le fue bien en el aspecto periodístico, pero mal en lo económico, no se fue a las barriadas a combatir con el pueblo y a aguantar hambre, sino su periódico lo recogió y lo mandó de corresponsal a Paris.

Le fue tan bien como al general Santander cuando Bolívar le cambio la pena de muerte por el destierro a Europa, donde se codeó con la nobleza europea y disfrutó de un asilo asistido.

Eso sí, se mantuvo fiel a su papel de periodista y nunca rompió las normas dictadas por su tío Eduardo para sus familiares que debían escoger entre el periodismo y la política, pero no mezclarlas.

Pero en esto tuvieron razón tanto Pacho Santos como su primo Juan Manuel, de no obedecer esas pautas y lanzarse a la política, cuando la sangre de Antonia los llamaba desde el siglo XIX.

 De ahí que la vida de Enrique Santos se confunde con la de la república misma, porque si bien es cierto se dedicó al periodismo, el estar cerca del poder, siempre, le dio la oportunidad no tanto de asistir, como de hacer y realizar acontecimientos que son privativos de los escogidos.

Por eso quedó su impronta en el proceso de paz, pues él fue prácticamente el iniciador de los diálogos con la guerrilla y factor decisivo en la implementación de los acuerdos con las Farc.

Y si su interés siempre estuvo de lado de la institucionalidad y de su clase, su corazón se ablandó con las Farc, a la cual se le concedió todo lo que pidió y que tiene al borde de la crisis el proceso por el rechazo que suscita entre el pueblo colombiano que padeció el escozor de las Farc.

Y en forma muy inteligente hace en su libro toda clase de críticas al proceso, sobre todo a su hermano menor, pero para terminar elogiándolo y salvándolo para la historia. En medio de todo fue fiel a sus propuestas. Le fue fiel al periodismo, porque nunca se salió de él; a su familia, porque si se ríe de su primo Pacho y critica a su hermano Juan Manuel, termina alabando a éste, y a las Farc, porque le dio vía libre al plan que ellas se forjaron y que maduró en las manos de Hugo Chávez, quien fue el verdadero propiciador del proceso para insertar a Colombia dentro del juego continental del socialismo del siglo XXI.

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