viernes, 4 de enero de 2013

COLUMNISTAS QUE COLGARON LA PLUMA



POR:   RAUL  PACHECO  BLANCO.

El futbolista habla de colgar los guayos cuando decide no volver a jugar más. Los periodistas y escritores ya no entran a colgar las guayos, pero sí la pluma. La pluma se queda solitaria en el tintero, esperando el momento en que se acabe la tinta. Aquí en Vanguardia hemos visto colgar la pluma en primer lugar a Ramiro Blanco Suárez, cuando dejó de escribir su columna Grímpolas, en donde nos hacia todas  las semanas un resumen de lo que ocurría en la ciudad y de contarnos historias  de la vieja Bucaramanga, cuando él llegó de Pamplona hecho un muchachito dispuesto a hacer carrera política aquí , donde estaban los liberales y no allá, en el Norte, donde estaban los conservadores. Y lo hacía con un estilo que fue  proverbial en su generación, guardándole culto a la belleza de la forma, a escribir con estilo. El tiempo pasó muy pronto, y de un momento a otro, no volvió a aparecer su columna. Lo mismo sucedió con Roberto Serpa Flórez, el pariente de Julio Flórez, quien escribía su columna dominical para hablarnos de poesía, de música, de política y en donde le prendía devotamente una vela a su ego , venerando las viejas tradiciones de su familia, tan enclavada en la historia de Santander. A su vez, no olvidaba su condición de médico para hacer un recordatorio de sus colegas, de sus aciertos y de su vida dentro del acuciante mundo de los médicos. Y por último, Orlando Pinilla,  con esa  cara de zapatoca nacido   en Barranca , en donde  ejerció la medicina  y se hizo hombre en la política, con cierto acento  sectario que el tiempo se fue encargando de borrar para pulir  su ademán abierto a la camaradería y al reconocimiento de los demás. Según él, la Barrancabermeja de hoy vivía pendiente de sus  columnas, donde nos refrescaba con la brisa del río, pues su prosa estaba llena del sabor del pescado, del petróleo y de las gentes de esa tierra que se volvió  un cosmos de razas, en donde la idiosincrasia costeña se funde  con la santandereana. Esos columnistas tomaron la decisión de no volver a mojar  la pluma, dejar que el tiempo fluya, mientras las ideas se quedan flotando en su mente,  esas que   ayer no más pasaban al papel, con la ilusión de haber captado algo de la vida que respira.  Una vida que se siente vacía cuando no hay ese contacto con algo que circula por la cabeza y cascabelea en las manos y nerviosamente se posa en las teclas del computador, o del lápiz o de la maquina  de escribir. Y, además,  vivieron  ese proceso de saltar  de la pluma  a la máquina de escribir mecánica, luego a la eléctrica, para  llegar  al computador que es el punto de enlace con la realidad de todos los días. Y sentirán la  nostalgia de no ver el nombre y la foto que acompaña sus columnas . Y sus lectores seguramente lamentarán también ese paso que han dado para no volver a aparecer y meterse en la bruma de lo inasible. Si la  vida es un privilegio, también es una  carga y de ahí  que Sócrates hubiera dicho  algún día de su vida, que la mayor fortuna de un hombre es la de no haber nacido.

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