viernes, 28 de octubre de 2011

DEL TESTAFERRATO POLITICO A LA CONTRATACION.

POR: RAUL PACHECO BLANCO.
Antes de la constitución del 91 el presidencialismo era simple, el presidente nombraba a los gobernadores y los gobernadores a los alcaldes. En un principio los candidatos eran buenos o muy buenos y había cierta jerarquía que se debía respetar. Pero luego eso cambió y los gobernadores eran impuestos al presidente, quien debía darle gusto al líder de la región, pues ya le había colaborado en la elección para presidente y de ahí que consideraba que debía retribuirlo con esa parte de poder. Ahí nació el testaferrato político. En esas condiciones se nombraban personas que solamente se acomodaban al nicho de poder que controlaba el líder regional, y que de no haber sido por la influencia de su jefe, jamás hubieran llegado a esas posiciones. Vimos desfilar a una serie de mediocridades que solo tenían el mérito de la incondicionalidad. Y si había cambio de patrón, pues el nuevo gobernador se debía acomodar a sus caprichos. La autonomía de los gobernadores así nombrados se perdía y se llegaba el caso de un gobernador que le mostraba el equipo de gobierno con el cual haría su administración y el jefe se daba el lujo de rompérselo en sus narices e imponerle el suyo propio. Eso lo quiso corregir la constitución del 91. Y se notaba el cambio, y se abría el camino hacia una democracia ahí si participativa y se escogían personas de mérito. Pero a poco andar las cosas empezaron a cambiar como cuando existía el presidencialismo simple y no el compuesto y, solo aquellos que contaran con muy buena financiación le podían hacer frente a semejante reto. Y se rompieron las esclusas del canal del Dique como en el pasado invierno y penetró por ahí la contratación, el “ contratismo “ . Ya la escogencia democrática de un candidato no lo hacia el partido en una convención, ni en una consulta popular, sino que era escogido por un grupo de inversores o de contratistas que se reunían como una sociedad limitada y contrataban a aquel candidato que les garantizara la seguridad de una contratación auspiciosa. Por eso los candidatos se les salieron de las manos a los partidos y ya no respondían a unas ideas, ni a un partido con su programa, sino a unos intereses de particulares ansiosos de ganar buen dinero con los contratos de obras públicas. Los jefes de los partidos ya no tenían vigencia, las políticas de los partidos ya no servían para nada, porque la financiación no venía de allá, sino de acá, del bolsillo del inversionista que compraba su candidato para que luego le respondiera por los contratos. A eso hemos llegado y de ahí que vale la pena estudiar medidas para contener ese desagüe de la democracia, que solamente entra a conducir las aguas negras y que no deja que personas con méritos lleguen a las candidaturas y a los cargos públicos con sus propias agendas, o las agendas de los partidos, porque por encima de todo se impone la voluntad de su nuevo patrón : el contratista.

No hay comentarios: