jueves, 13 de marzo de 2008

LA REBELIÓN COMUNERA

Por: Raúl Pacheco Blanco.

En la rebelión comunera falló la clase dirigente. Fallaron también las alianzas episódicas de clase en el juego entre plebeyos y nobles y de todo eso se aprovechó el gobierno español para enfrentar su primer reto serio en siglos de dominación. La plebe obligó a los nobles a que la acompañara en una aventura incierta. Escogieron a Berbeo y él se aprovechó de la circunstancias, porque realizó un doble juego al mismo tiempo: aceptaba ser el jefe supremo de la insurrección pero iba ante el notario para extender su exclamación, “temeroso de recibir la muerte con su familia, violentados por la plebe y sin caer en la fea nota de traidor al Rey”. Borraba así con el codo lo que hacia con la mano. Y los demás capitanes comuneros hicieron lo mismo, curándose en salud de lo que pudiera suceder. Los aliados nobles de Santafe encabezados por Lozano de Peralta hicieron lo propio. Cuando éste se hallaba en malos términos con la corona española, porque estaba cobrando mas de la cuenta en su monopolio de carnes, alentó a la provincia para que se insolentara y luego cuando vió la cosa difícil, pagó de su propio peculio, armas y tropas para defender la capital del asedio de los Comuneros. El jefe de los indios, don Ambrosio Pisco, se unió a los Comuneros para sacar ventajas en sus negocios y hacerse proclamar como rey de los indígenas, creyendose un Tupac Amaru, para luego claudicar y ofrecerse para detener a los Comuneros cuando planeaban ir hasta Santafe una vez reunidos en Zipaquirá. Berbeo vio también la oportunidad de asegurar lo que siempre había soñado, y la tiró de dos cabezas, realizando el juego sinuoso en que se envolvió, para ser el corregidor del Socorro. El arzobispo Caballero y Góngora a su vez se ofreció de mediador y gracias a sus buenos oficios, logro engañar a los Comuneros en convenios santificados por el rito, para luego lavarse las manos como cualquier Pilatos y hacer méritos ante Carlos III, el pregonero del iluminismo y el perseguidor de los jesuitas de España. José Antonio Galán se bajó de su estatua y en lugar de apresar al Visitador Gutiérrez de Piñeres, como fue la orden recibida de Berbeo y el Común, le envió una carta para que se perdiera por “una montaña bajo tierra, “ sin que lo sienta la tropa y a mí no me sobrevenga nada”, para ponerse a tono con los demás capitanes en su exclamación. Y Salvador Plata se ofreció a capturar a Galán, cuando este pobre hombre ya se hallaba perdido, financiando de su propio bolsillo la operación. Y Berbeo coronó su empresa porque llegó al cargo con el cual habia soñado toda la vida, para saldar sus deudas de juego. Ahí la única que se salvó fue Manuela Beltrán. Y eso porque no volvió a actuar más.

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