viernes, 28 de marzo de 2008

CARLA, SOFIA Y AMPARO

POR: RAUL PACHECO BLANCO

Ahora se ven bien claras las intenciones de Nicolás Sarkosy de embarcarse en la aventura de sus romance con Carla Bruni, para exhibirla junto a él, formando pareja, repitiendo las experiencias de los Kennedy y de los Clinton, a quienes les fue bien. La acaba de llevar a Londres, como una joya de cancillería, con su figura estilizada, más francesa que italiana y deslumbrando a todo el mundo, empezando por la reina quien se veía como un remedo de la época victoriana, con un sombrero que le sobraba ante la boina apenas tocada de Carla y su estatura de modelo, cultivada en gimnasios y no en ejercicios palaciegos. Pero le debió pesar a Sarkosy, en lo más profundo de su ego francés, que supera con creces al argentino, al ver a Carla moviéndose en el escenario con más soltura que él y, sobre todo, opacándolo. Ahí debío morderse los labios. En medio de todo Sarkosy se debió sentir más heredero de los Capetos que de los Miterrand y los de Gaulle, exponiendo ante la realeza inglesa los argumentos sólidos de Carla, que encarna una especie de emperatriz moderna, aligerada de ropas, pero más estilizada que las señoras de los monarcas absolutos. Al mismo tiempo que ella deslumbraba en Londres aparecieron en Paris, los desnudos de Carla, en donde le quita méritos a la maja vestida, porque el seno, si bien erecto y quinceañero, hace olvidar a la espléndida belleza de Sofía Loren, con sus pechos napolitanos exuberantes y sus amplias caderas que se mecían en las playas del Mediterráneo en los años 60. Y no tiene caso con Amparo Grisales, bien cultivada de arriba abajo, con espléndidas salidas a mar abierto, que dejan la certidumbre de la decadencia del imperio romano en materia de salidas y balcones mórbidos, ante la regia presencia de montaña andina de Amparo Grisales. Pero en cambio lo que no perece y queda intacto, antes realzada, es la elegancia de las viejas cepas, que envuelve tanto la silueta como los desplazamientos de Carla en los escenarios internacionales. Ahí si no hay nada qué hacer. Y Sofía y Amparo se quedan a la zaga de Carla que se desliza como una danzarina en el hielo, opacando todo lo que se le ponga por delante. En París ya cada quien tiene en su casa el desnudo de Carla, privilegio que no se lo dan otros países, de admirar el cuerpo desnudo de su primera dama. Queda en cambio la sensación de que la primera dama de Francia se ve mucho mejor vestida, que desnuda, porque viene a reflejar más bien las épocas de la posguerra europea, cuando tallaba más el hambre que el gimnasio. Y el rostro es tan bello que no necesita vestirlo.

No hay comentarios: