¿En qué consiste?. En que la lucha ya no es entre partidos
ni entre clases sociales, sino entre pueblo y élites. Por eso escribió La
historia de Colombia y sus oligarquías.
Yo no había gozado tanto con la lectura de un libro, como con este. Es como si se dijera
que Caballero se dedicó a personalizar y encontrar en la historia de Colombia,
los personajes que figuran en Cien años de Soledad, Y lo hace con una ironía,
con una precisión, que a medida que avanza uno en la lectura, como que lo hace
con pausa para no perderse detalle, para
soltar la carcajada en el momento preciso y admirarse de la precisión de la
prosa.
Y como si fuera poco, los personajes se nos aparecen en dibujos
que están llenos de la misma ironía de la prosa, con una deliberada imprecisión
en la forma, pero con el sarcasmo a flor de labio. Y qué belleza de edición
toda.
Si en la lectura de otros libros uno quiere saber el
desenlace, o se cansa y mira a ver cuántas páginas faltan para que termine, en
esta uno lo que quiere es demorarse, como lo hace cuando se come un ariquipe o
cuando paladea un pastel de gloria. O hace como los niños cuando se come un helado,
lo hace con más lentitud con que la cámara de Bergman se regodeaba en sus
películas, para que no se le acabe.
En esos primeros capítulos se desata toda la orgía de la
incoherencia en que hemos vivido, la falta de consistencia, la incongruencia,
la contradicción misma en nuestra historia y en nuestros personajes.
Al pobre san Pedro Claver lo deja en cueros, al decir que
era tan insignificante que le tocó o no pudo ser otra cosa que santo.
Yo me reí a carcajadas leyendo esa apreciación. Pero cuando
llega al arzobispo Caballero y Góngora entonces si se pone serio y lo critica y
alaba pero dentro de un plano normal,
pero a los demás los pone en la sima de la incongruencia, de la inautenticidad.
Y si se prescinde de la ironía se encuentra con la crítica a
fondo de todos los hechos y personajes que han constituido la historia colombiana.
A medida que avanza el tiempo va perdiendo la chispa inicial
y queda convertido todo en una crítica, en una
actitud crítica contra todo lo que se mueve, no importa si sea
conservadora o liberal. Pero desde luego
se impone la óptica liberal.
Si en su libro dice que Cien Años de Soledad es un fresco apretado de la historia de Colombia,
como lo digo yo al principio, Caballero le pone nombre y apellidos a esos
personajes de novela.
La critica se agudiza ya en los capítulos finales donde se
le pone acento a la tesis central de la historia que es la interpretación
populista de la historia, en donde se acumula el complejo de culpas de las
oligarquías y se saca en limpio la contraparte. Ya la ironía, el desborde de
destreza verbal se acaba para mojar la pluma con veneno y poner en el
tribunal de acusaciones a presidentes como Samper, quien fue comprado directamente
por los narcotraficantes y permitió su elección, a Pastrana por dejarse engañar
de la guerrilla, a Gaviria por traer de los cabellos al neoliberalismo, a Uribe
por su fomento del paramilitarismo. Todos ellos son opacados históricamente por
los verdaderos forjadores de la época, como lo fueron Tiro Fijo y Pablo Escobar.
Empieza uno muriéndose de la risa y termina llorando las desgracias.
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