jueves, 28 de enero de 2016

EL CUENTO


POR: RAUL PACHECO BLANCO
 

El cuento de los futbolistas colombianos es viejo. Pasan por etapas que van quemando con alguna regularidad e  incluyen el anonimato, la consagración, el declive y el retiro. En una primera etapa el futbolista empieza por hacer cursos de humildad de manos de  entrenadores argentinos. Es la etapa en que supera el hambre, se cubren las necesidades más elementales, el lenguaje todavía tiene el olor de la tierra y las ganas de un costeño adolescente. El futbolista no se toma un trago, no visita bares ni prostíbulos, cuida su alimentación y se entrega en el campo de juego como  lo hace el novillero en el toreo. Todo va bien hasta que meten el primer gol. Una vez logrado, los ideales de la víspera se congelan y pasan al cuarto de san alejo. El periodista cruel con las malas tardes, cuando viene la victoria e individualmente el gol, se desata una catarata de elogios que marean al jugador. A partir de ahí, él ya se ve distinto, se siente predestinado, con una halo de luz encima de su cabeza. Y empieza a no dormir porque lo desvela la gloria. La gente lo acosa para pedirle autógrafos, tomar  selfies. Las mujeres se derriten por él  y él por ellas. Ya la vía de los bares se abre, los buenos licores, la buena comida. Los entrenamientos ya no alcanzan para sustituir el aumento de peso. Cuando entran a la cancha, cualquier paso que dan, oculta el sol. Prácticamente, como dicen los costeños, el futbolista se enferma, más del espíritu que del cuerpo. Le queda muy difícil volver a sus raíces, de volver a entender el lenguaje del hambre, de las necesidades. Ya se fastidian  de verse en todas partes: en los periódicos, en las revistas, en la televisión. Y se aburren de escucharse por radio. Siempre las mismas preguntas y las mismas respuestas. Las cosas no se dieron, no tuvimos suerte. Hasta se vuelven filósofos : perder es ganar un poco. Y se entra en el periodo final del ciclo que es la indolencia. Ya nada importa, porque todo está hecho, la gloria, el dinero, las mujeres, la fama. Muchas veces tienen oportunidad de hacer un gol, pero les  falta un gramo de aliento, y se descuidan pensando en la prima, en el próximo contrato. Y empiezan a bajar. Los ponen de suplentes y se enojan. Le hacen desplantes al técnico y lo amenazan con hacerle la guerra en el camerino o en la cancha: fuera la tiranía de la táctica.

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