viernes, 27 de marzo de 2015

SANTIAGO EN VERANO


 
POR: RAUL  PACHECO  BLANCO.

 
El vuelo fue normal. Las  azafatas de LAN muy lindas, atentas y simpáticas. Chilenos y gringos en cantidades llenaban  el avión que parecía un arca de Noé, con sus asientos  casi pegados entre sí, incómodos, como para láminas delgadas de piel humana, con un objetivo concreto: la comodidad de  los pasajeros de primera clase. El aeropuerto de Santiago ya repuesto de las descalabraduras del último terremoto, sus interminables pasillos hasta llegar a inmigración, donde solo se escucha  hablar inglés, como si fuera el lenguaje universal. Los gringos en grupos  compactos hacían valer su condición de mandamases del mundo, ordenando las cosas a su modo y manera. Como si estuvieran en el patio de su  casa en  Winter Garden o en  Morristown, todos muy cómodos con sus shorts, bermudas y camisetas que dejaban ver los tatuajes en sus brazos y sus sandalias de pescador. Una persona bien vestida se veía  mal en medio de semejante  derroche de suave desaliño.  La ciudad, como siempre, limpia, ordenada, y las montañas vecinas que llegan a cubrirse de blanco en otras estaciones, ahora tienen un lomo de piel de burro que marca  el perfil de Santiago. En el centro la gran torre de Santiago, el edificio emblemático de setenta pisos  se alza majestuoso y desocupado, pues mantiene una querella  con la alcaldía por razones de orden urbano y debe estar muy preparado para enfrentar los nuevos temblores. Los prados lucen impecables en las residencias y  en los parques, porque los alcaldes de comuna los mantienen regados permanentemente sin esperar a que la providencia les haga el favor de regarlos en los aguaceros. Santiago no tiene alcalde mayor, pues cada comuna tiene su alcalde, así que se evitan tener un Gustavo Petro  para que haga las obras y atienda los clamores de la población. Eran las siete de la mañana y Santiago jugaba con un clima frio, para ir levantándose poco a poco y alcanzar los 27 grados de un verano que es recibido como corresponde para que cada quien se aligere de ropas y de ánimo. Pasamos por las calles que evocan a viejos prelados como Monseñor Escrivá  de Balaguer y el padre Hurtado, mientras la presidenta Bachelet  de  nuevo en el palacio de la Moneda se bate ante los escándalos propiciados por uno de sus hijos, enlodando de entrada su segundo periodo en la presidencia. PD. Mi sentido pésame para el doctor Alejandro Ordoñez y su distinguida familia por la muerte de su señora madre.

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