lunes, 9 de marzo de 2015

LEYENDO A PIKETY



POR: RAUL  PACHECO  BLANCO.

El aporte de Tomás Pikety es grande con relación a la forma como se debe organizar la economía y concretamente en el papel que debe desempeñar el Estado para lograr un mayor equilibrio social en cuanto al ingreso. El socialismo y el comunismo se constituyeron en el siglo XX en las grandes utopías para lograrlo. El primero, socializando los medios de producción pero dejando sueltos el comercio, la agricultura, y los servicios. Y el segundo, liquidando completamente la propiedad privada, pasando todo al estado en un  proceso dialéctico que llevaba a la sociedad sin estado y sin clases, en donde todo fuera de todos. Ambos casos se ensayaron. Los socialismos  se desarrollaron en occidente, mientras en 1.917 Rusia optó por la revolución y el comunismo se tomó  el poder para montar la gran utopía de la liquidación de la propiedad privada. Francia estuvo ad portas de lograr el socialismo cuando llegó  Mitterrand al poder, pero precisamente se dio cuenta de la ineficiencia del estado para manejar el aparato productivo y abandonó  el modelo bajo el cual llegó  a la Presidencia, mientras en Estados Unidos e Inglaterra tomaron la vía del neoliberalismo, privatizando empresas sobre todo en  cuando la señora Tatcher. El gran aporte precisamente de la socialdemocracia fue haber tratado de ensamblar el afán de la justicia social, pero logrado  dentro del sistema capitalista. Y le sonó  la flauta, porque según  Pikety  el mundo nunca había una tendencia tan marcada a disminuir las desigualdades que bajo la implantación del estado social. Fue cuando se crearon las clases medias, la educación y la salud fueron los motores del cambio y se vio un mayor nivel igualitario.  Pero aun así, la tendencia natural de la economía sigue dándole privilegios al capital, que es más rentable que el trabajo y de ahí  que el mundo moderno, abandonando las etapas de la agricultura y sobre todo de centrar la riqueza en la tierra, se fuera hacia la empresa y el mundo financiero  en base a los bonos, precios de las acciones  y demás. Ahí precisamente es donde acomoda la solución que propone que es la de imponer un impuesto mundial al capital, generalmente derivado de las herencias, que fueron las grandes propiciadoras de la desigualdad. El lo señala pues, como la gran utopía del siglo XXI, pero necesaria para poder balancear las cosas antes de que el mundo continúe en su tendencia a la desigualdad. Y para empezar propone que los  estados impongan primero ese impuesto a la riqueza, para que luego se convierta en un sistema globalizado.

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