POR: RAUL PACHECO BLANCO.
Los derechos no son absolutos. Ni los caricaturistas unos
dioses que no tienen límites. Los derechos van hasta donde se encuentra con el
derecho de los demás : en el caso de las
caricaturas de Mahoma la libertad va hasta donde afecte los valores de los
musulmanes, porque de lo contrario se da pie a que los terroristas intervengan,
lo cual es un pésimo negocio.
Y quienes no tienen una fe religiosa se amparan en ella para denigrar
de los demás. Pero ese motivo no da derecho para ejercer algo que va contra lo
más preciado de la persona humana. Y si la libertad es también uno de los valores
supremos del hombre, está condicionada por la vida en sociedad, por el respeto
al otro. Solo quienes no ven al “otro” pueden alegar que primero que todo está
su libertad de expresarse.
El ámbito religioso ya es otra cosa, así el estado sea laico. La laicidad no se da para ofender
valores religiosos.
Más cuando se debe contemplar la posición en que se
encuentran los extremistas de todas las tendencias, que no conciben reacción
distinta a la violencia para contrarrestar una acción que les disgusta. Eso en
el caso en que se quiera preservar la
paz, porque si lo que se quiere es ir a la guerra, pues la cosa es a otro precio.
Afortunadamente para el futuro de la humanidad ha quedado
muy claro que una cosa son los extremistas musulmanes y otra los verdaderos
musulmanes, los que viven la fe en Mahoma y adquieren por esa virtud el orden
que lleva implícito el Corán, en donde la confraternidad, el amor por la
humanidad y todos esos valores se resaltan.
Así como en el
cristianismo contemplamos también la aparición de halcones en donde los
templarios y los cruzados de todos los tiempos han hecho de la suyas, también
ese mismo fenómeno se opera en el Islam.
Pero hay que escuchar a los verdaderos pastores de ese credo para darse cuenta
que fenómenos como el de la muerte de los caricaturistas franceses son simples
desviaciones y obra de fanáticos elementales que no tienen una real estructura
religiosa. Pero no hay que torearlos. Es un pésimo negocio, repetimos.
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