lunes, 21 de abril de 2014

GARCIA MARQUEZ



POR:  RAUL   PACHECO   BLANCO.

 

Yo empecé a conocer algo  de Gabriel García Márquez a partir de la lectura de la Hojarasca, hecha en una edición rustica, barata y sin mayores bombos y platillos. Pero desde ahí uno notaba la huella  de un escritor fuera de serie. Para  ese entonces se imponía la descripción , al estilo Azorín y Pereda , en donde se agotaban las páginas dedicadas a  describir el paisaje. La influencia española daba sus últimos frutos y solo los muy informados  como un García Márquez , Cepeda Zamudio y los escritores costeños , se embarcaban en la lectura de Faulkner, de Virginia Wolf, de Joyce, de Kafka. . A uno le chocaba si,  su notoria afiliación a la izquierda y su visión partidista de la historia. Y cuando entra a publicar Cien Años de Soledad, la primera impresión que surge es la distorsión de la historia para favorecer la visión liberal. El héroe de la serie era nada más y nada menos que un guerrero liberal que lucha contra el gobierno conservador y luego se entra a narrar la matanza de las bananeras como  si se tratara de una tragedia griega, como la mayor atrocidad de la historia, pues entraba en el mundo del sectarismo más crudo. Allí  se pintaba a uno de los nuestros, el doctor Miguel Abadía Méndez , como un payaso trágico y nuestro glorioso ejército como una parranda de bandidos. Pero luego se detenía uno a pensar en la imágen , ya no apolínea de Aureliano  Buendía, sino apenas crapulosa , poseída   de  un delirio de  guerra,  convertida  en una especie de locura mística , para terminar en un guerrero derrotado y frustrado, apenas dueño de una existencia minúscula que solo  le sirve para dedicarse a fabricar pescaditos de oro. Y, luego los demás personajes , sobre los cuales no se echa más luz que la que permite verlos desde el humor más depurado, apenas alimentándose de su  naturaleza y creyendo ver en ellos formas históricas , cuando  se trataba de personajes de cartón y de hojalata. Era la más perfecta autocritica que se hacía a nuestra historia y ponía en vilo a nuestros héroes y caudillos, para que nos diéramos  cuenta de que habíamos sido engañados y que todo aquello no era oro puro, sino  modesta escoria sobe la cual se pretendía elevar monumentos de admiración y de lealtad. Era la cosmovisión del costeño que le quita trascendencia a todo, que sitúa la valoración más abajo  de la realidad y que la solemnidad cachaca solo es eso, solemnidad de viento. Ya en aquel momento, García Márquez estaba más allá del bien y del mal en materia de sectarismo político. Y tenía la suficiente destreza para bajar del altar a los héroes de la víspera. Y que todo aquello no era más que el resultado de nuestro subdesarrollo, del encierro en que habíamos  estado en cien años de soledad absoluta.

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