lunes, 16 de diciembre de 2013

CARTAGENA.


POR: RAUL PACHECO BLANCO.

Nos subimos a un avión que era como un juguete hello kity y lo abordamos por unas escaleras como para muñecas barbi. Ya dentro, parecía un avión de combate, lo que fue corroborado por la azafata pues dijo que el avión era de fabricación inglesa y venía de la segunda guerra mundial. Al encenderse los motores tronaron como los antiguos DC3 de Taxader y se sacudía el angelito antes de despegar. Ya en los aires se le vio tranquilo pues el tiempo resultaba admirable para el vuelo, como lo dijo el piloto. Y llegamos a la hora y cuatro minutos de vuelo. Al aterrizar en Cartagena un par de señoras iban tan nerviosas que vieron fuego en los pasillos y se lo advirtieron a la azatafa, quien las calmó diciéndoles que eso era natural por la fatiga del metal y que había que tener en cuenta que el pobre avión venia de la segunda guerra mundial y, aliviándole la carga de la prueba y cuando abundaba en razones la pobre azafata, alguien la sacó de apuros anotando : ¡ antes llegamos ¡. La azafata que padecía los rigores del asedio de las señoras se sintió aliviada. El aeropuerto Rafael Núñez , recién remodelado, lucia por encima de todo. Un calor profundo empezaba a erigirse como el compañero inseparable para la temporada. El paso por los barrios tradicionales como el Crespo, donde está situado el aeropuerto, deja el campo abierto para que campeen los nuevos edificios de apartamentos, todos blancos, llenos de cristales. Bocagrande a los lejos pasando por el viejo Marbella a donde se llegaba luego de la travesía de seis o siete días de navegación en los barcos de la Marvásquez o el David Arango, que por cierto termino incendiándose, y llevándose todos los secretos de esa época cuando se viajaba con tres orquestas abordo y las noches se engalanaban con las fiestas de diciembre, repletas de porros, gaitas y cumbias, cuando no se tocaba el vallenato. Viendo ahora desde el avión el curso del rio, parece un hilillo de agua con un trazado mañoso que incluye curvas insolentes, lo ve uno como perdido en medio de tanto espacio desolado. La avenida San Martin renovada, llena de almacenes y restaurantes arrancando desde el hotel Caribe el asiento de los reinados de belleza de los años cuarenta. Y el mar, abierto como si estuviera señalando el límite del planeta y allá a los lejos, cayera como una cascada al resto del universo.


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