sábado, 27 de julio de 2013

JOSE PIESCHACON ARENAS



POR:  RAUL  PACHECO  BLANCO.

Estaba en el seminario dispuesto  ha convertirse en un sacerdote con todas las de la ley, cuando  al viejo José, su padre, le dio un derrame cerebral en plenos retiros espirituales en la finca de los jesuitas . Le tocó dejar los hábitos que le esperaban para ponerse al frente de los negocios de la familia, en momentos en que no todo era estabilidad.

 Y dejó a un lado su vocación por  amor a su familia. Abandonó todas las  ilusiones trazadas desde la infancia  cuando  soñaba en  que algún día  pudiera levantar una hostia y un vino para rememora r  el sacrificio de Cristo.

 Y con el mismo entusiasmo con que llegó al seminario  salió  para meterle el hombro a la empresa familiar. Por cierto un bello oficio como una imprenta, olorosa a tinta de libro y en donde podía hacer bellezas con la impresión.

 Ya metido en el cuento, se iba a las ferias internacionales  a comprar maquinaria para renovar la empresa y posicionó el negocio.  Se convirtió en un verdadero pater familias , de esos de casta romana, para ayudar a sus hermanas  y sobrinas, para atender al viejo enfermo y a Teresa, que devotamente seguía los días al pie de la ventana de la casa,  abierta de par en par,  para que desde la hamaca pudiera disfrutar  el viejo José del aire de la mañana  y del murmullo de la calle que lo orientara en su vida cautiva.

 Desde allí  siguió la batalla por la vida hasta que al fin se fue y quedó José hijo consolidado como el centro benévolo de la familia, aquel a quien siempre se llegaba con un abrazo y se encontraba con una carcajada que hacía olvidarlo todo, porque la entrega de José fue a fondo. Cuando se casó con una bella mujer  que encontró en una librería de Bogotá, decidió  hacerla feliz y la hizo, porque dentro de él no había sino eso : felicidad. Y quien la tiene la puede dar y José la daba a raudales.

Yo creo que nunca se ha quejado  de nada, aunque la vida le pasó sus cuentas  y lo llevó a las salas de cirugía, que perdían  el  muñequeo de su atmósfera  tétrica  con aquel humor que daba hasta para reírse de las tragedias. La sala de cirugía siempre quedaba oliendo a humor fresco, porque de allí salía José más nuevo que nunca, dispuesto a seguirle tomando el pelo a la vida y a reírse con los demás., y no de los demás, como decía mi suegro.

 Asistir a una charla con José es como asistir a un concierto de carcajadas y a un spa de rejuvenecimiento.  Ahora tiene canas y es la viva estampa del viejo José, solo que con la plenitud de haber cumplido con su deber, un deber múltiple que él nunca desechó, ni se quejó, ni fue inferior al reto que le puso el destino. Hoy es el gran hijo, el gran hermano, el gran padre, el gran abuelo, que como un árbol de mucha sombra cobija a todos los suyos y nadie puede quejarse de una insolación.    Ahora le sigue tomando el pelo a cuanto mal se le aparece y ni siquiera le hace mella en su ánimo que no transige ni con las penas ni con el mal genio, porque a todo le planta el sello de su alegría desbordante.

Hoy,  cuando todo se concreta en una espiritualidad que quiere abarcar la felicidad completa, José es un texto abierto para aprender en él a crear la plenitud a su alrededor, la fe, la alegría, el optimismo. Es un camusiano a su manera, porque en medio de lo  absurdo de la vida, él se las ingenia para sacarle partido.

 El ya no clama por un paraíso  , porque ya lo ha vivido : con su mujer, con su hogar, con sus hijos, con la alegría de todas las mañanas cuando sale el sol para calentar  los ladrillos de la calle y de las casas.

 Si los sacrificios, el buen comportamiento y el amor a los demás jerarquizan para llegar a ser santo, en José encontramos a un santo, con la diferencia de que no está en los altares, sino en la vida, riéndose a carcajadas.

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