sábado, 12 de noviembre de 2011

ABDON ESPINOSA VALDERRAMA EN SUS NOVENTA AÑOS.

POR: RAUL PACHECO BLANCO.
A don Abdón Espinosa lo vieron entrar a la asamblea constituyente de 1.880, cuando el general Solón Wilches decidió reformar la carta constitucional del estado soberano de Santander, con el fin de ponerla en armonía con la nacional. Iba en representación del departamento de Guanentá, en donde tenía su hogar y sus haciendas. Y no fue esta la única ocasión en que jugaba su papel de figura importante del estado soberano de Santander. Don Abdón es el padre de Abdón y Augusto Espinosa Valderrama, dos de las figuras más interesantes que dio Santander en el siglo XX. Y en Bucaramanga su casa fue el hospedaje obligado de los presidentes en ejercicio, como Eduardo Santos. Luego la política les venía de sangre. Augusto tenía penacho y fungió de líder de la bancada llerista, cuando los célebres debates contra Fadul y Peñalosa. Y Abdón, el hombre de las finanzas. El economista con una voz parecida en su tono y en su modulación a la de Eduardo Santos, que cuando hablaba parecía una sinfonía. Fue gran ministro de hacienda de Carlos Lleras, cuando tuvieron que hacerle frente al Fondo Monetario Internacional y le metieron el gol de la devaluación gota a gota, que seguramente nació de la cabeza económica de Abdón. Y un hombre de recias convicciones, que no podía vernos ni pintados a los godos, pero ante todo un gran señor, de los que ya no hacen. Fue de los políticos pulcros, honestos, sin mancha. En su época de Ministro es fama que iba armado para defender el presupuesto en el Congreso, cuando no se lo robaban y alcanzaba para que llegara el dinero a su destino presupuestal. A Santander le cumplió con el aeropuerto, cuando ya el Gómez Niño no daba abasto con el tráfico aéreo. El abrió la puerta de esa Bucaramanga pujante de ahora. Y también como periodista ha brillado con su columna en El Tiempo, que dicta cátedra económica dentro de su orientación Keynesiana y en contravía a los aires neoliberales que tanto cautivaron la imaginación y la obra del presidente Gaviria con su apertura económica. Ahora llega a los 90 años de edad, lúcido, atento a lo que ocurre a su alrededor y en medio de la espuma de los acontecimientos, como llamaba su columna en El Tiempo. Se siente nostalgia de los políticos de antaño que sabían ocupar la tribuna, la prensa, las plazas públicas, a los de ahora, a quienes les toca ver desde las rejas la entrada del sol cada mañana, con la ilusión que el tiempo pase rápido y los rescate. Y llega a sus noventa años, cuando el país es otra cosa a la que él vivió de actor: ya no hay partidos políticos, ya el político no maneja los libros, sino las chequeras. Ya no maneja la palabra sino las tejas de zinc y los ladrillos de barro cocido.

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