sábado, 16 de febrero de 2008

La muerte del Liberador

POR: RAUL PACHECO BLANCO

En su afán de protagonismo el Presidente Chávez ha dicho de todo. A tal punto de atreverse a señalar que los santanderistas envenenaron al Libertador como en las épocas de la antigüedad romana. Eso desde luego no es cierto. Pero no estuvo lejos de haber ocurrido. Al Libertador no le perdonaron nunca los años de la dictadura y el santanderísmo estuvo medrando cerca para ir minando la influencia del Libertador, desde la misma constitución de Cucúta, cuando amarraron el poder presidencial, de la misma manera como lo harían los radicales en 1863 con el general Mosquera, para no dejarlo gobernar. Y luego en la Convención de Ocaña el general Santander se dedicó a comprar delegados al mejor estilo de Julio Cesar Turbay en las Convenciones liberales, hasta llegar a dominar la situación y, el Libertador, quien se encontraba en Bucaramanga tuvo que dar la orden de retiro, para evitar que impusieran una Constitución Federal y una presidencia débil. Ahí los santanderistas apelaron a la fuerza y en unión de otros intereses como los del doctor Arganil, el francés Horment y Carujo, lo buscaron en el palacio para darle muerte. En eso estaban Vargas Tejada, Florentino González y Mariano Ospina Rodríguez. Más tarde Mariano Ospina en unión de José Eusebio Caro fundarían el conservatismo con un programa nítidamente anti-bolivariano como aquello de que “El partido conservador no es el partido boliviano de Colombia, el orden Constitucional contra la dictadura y el conservador no tiene por guía a ningún hombre”, que van dirigidos precisamente contra lo que significaba el Libertador. Y el programa de 1849 en sí tiene más de santanderista que de bolivariano, porque los dos partidos el liberal y el conservador tienen su inspiración en el santanderismo. En 1830 Bolívar ya era un hombre acabado, tanto por el esfuerzo biológico que le significó aquel desplazamiento por cinco repúblicas para independizarlas, como por la pena moral de que “había arado en el mar y edificado en el viento”, puesta de manifiesto en esa travesía hasta Santa Marta, como la describe descarnadamente García Márquez en el “General en su laberinto”. Pero Bolívar no estaba tratando de imponer el socialismo en la Nueva Granada, sino la democracia. Muy distinto a lo que pretende Hugo Chávez de imponer un socialismo desueto, en una Latinoamérica que busca su propio modelo de desarrollo y no prestado a un modelo fracasado del siglo XX.
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