viernes, 8 de julio de 2016

LA DERROTA DEL DERECHO.


 

POR: RAUL PACHECO BLANCO.

 

Una de las conclusiones del proceso de paz tiene que ver con la derrota del derecho. No cabe duda. En este caso del derecho positivo. Para una mentalidad liberal no puede haber alarma mayor al contemplar que las leyes existentes y la misma constitución no son la guía para solucionar un problema de orden interno como la guerrilla, sino otros los valores que se imponen: la seguridad, la convivencia, el perdón, la reparación, en fin, valores que resultan superiores al derecho. Quedaría pendiente el debate sobre la justicia y la equidad. En el proceso de paz se sacrifican las normas del derecho cuando se crea una justicia paralela a la tradicional, se sacrifican los procedimientos reglamentados en la constitución, como la disminución de debates para que un acto legislativo se convierta en derecho, la falta de publicidad de los proyectos de actos legislativos, la amnistía hasta para los crímenes de lesa humanidad y de falsos positivos, para enumerar los más importantes. Para ese pensamiento liberal se trata de una simple legüleyada, o lo que los sociólogos han llamado la cultura del avivato: el que se cuela en las filas de los bancos o entidades diversas, el que juega con los incisos, el que le hace el quite a la ley, el que la acomoda todo a sus propios intereses. La justicia transicional es una auténtica leguleyada, porque no contempla las penas de privación de la libertad, porque se le hace un lance torero a disposiciones como la creación de la Corte Penal internacional para sancionar delitos de lesa humanidad. Para los que no tienen una mentalidad liberal en cambio, y ya dentro de una amplia gama de posiciones, el derecho no es un dogma, no es intocable, pues hay valores superiores como la justicia, la moral, la equidad, la paz, la convivencia y por lo tanto, se pueden sacrificar las normas cuando se den las condiciones para sacar una ventaja en valores, normas que logramos consagrar luego de trámites ante los tres poderes y que tienen su techo en la constitución nacional. Es decir, que la constitución no es el valor supremo, que las leyes ni los actos legislativos son entidades de tal valor que no puedan ser pasadas por alto sin que se resquebraje el orden social. Porque también podemos decir que aquí la política se convierte en el valor esencial, más importante y, con tal de arreglar nuestros asuntos internos, el derecho debe ser dejado a un lado, o desfigurado.

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