sábado, 21 de abril de 2007

ANTE AMPARO GRISALES. Por: RAUL PACHECO BLANCO.

ANTE AMPARO GRISALES. Por: RAUL PACHECO BLANCO.


Acababa de ver las fotos de Amparo Grisales en Soho y como que me dio sed, por eso volé a calmarla con la palabra.
La belleza como que sugiere la palabra, la hace brotar y allí estaba en Antonio Caballero, quien expuso cabalmente cuanto uno siente ante tanta belleza acumulada, en tanto tiempo, sin que sufra el desmedro del desgaste, sino que antes por el contrario, se petrifique como las viejas esculturas del Renacimiento.
No se sabe si´, cuál sea el mejor ángulo : o cuando ella se sube al tejado y pone sus manos y sus rodillas en la ardiente superficie , dejando que el cabello ruede sobre su rostro y su cuerpo le robe el perfil a los rascacielos de la playa , o cuando se planta con un aire de Diosa a vigilar la puerta de entrada de una vieja casona martillada por el tiempo, o cuando cae su busto como una burbuja de agua que se hace carne viva y deja la mirada desdeñosa que no perdona el agravio de mirarla, o cuando se extiende sobre un muro para quitarle todo el encanto al atardecer cartagenero , que se rinde ante ella, cuando, coqueta, se inclina en un muro para banalizar el arco de sus caderas de fuego y las haga ver de otra manera ; o cuando posa sus labios sobre su pierna hecha a escala de moldes que nunca se vaciaron y esconde su pecho para que se vea como el ocaso del sol, o cuando voltea a mirarnos , de reojo, para humillarnos con su piel de durazno y de manzana repartida en tanta perfección como son sus caderas humillantes , o cuando se vuelve un retablo devoto , como las imágenes de Iglesia , solo que allí desnuda entre el juego de las luces y las sombras y el alarde del cabello que se vuelve una trenza de oro que resalta, o se viene como un embrujo que refleja la eternidad esquiva , o el encanto de la noche cuando la tocan las sombras y no deja ver el más allá, que apenas se insinuá, o cuando le quita el sonido a la campana de la Iglesia y solo deja ver escasos parpadeos de las torres ante la luz total de sus espaldas apenas tocadas por la trenza que baja c omo una lava que refresca su cuerpo , o cuando desafía la torre y se pone delante de ella para opacarla, o cuando rie, desdeñosa, sentada en el paraíso de su cuerpo.
En fin. Da la impresión de que ese cuerpo es sujeto de un culto hacia el cual no se acerca nadie y que reposa allí una virginidad de leyenda envuelta en la magia de muchas aventuras que no se dieron nunca para conservar así, la doncellez de la belleza.
Solo un reparo: en la portada se daña la ilusión porque al correr el velo se ve un lánguido bigotillo hitleriano , quitándole la magia de lo lejano y apenas presentido.. Para un taurino de fuste es un ultraje afeitar los toros de lidia.

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