POR: RAUL
PACHECO BLANCO.
El Papa se moría de ganas de conocerlo. Había oído hablar
tanto de él que lo movía la curiosidad de tenerlo cerca, apreciar su
inteligencia despejada, tanta astucia represada en un cuerpo robusto y ágil al mismo
tiempo, el encanto personal realzado por el sentido del humor. Se moría de las
ganas de escuchar sus chascarrillos bogotanos, sus calemboures del tercer
Milenio, de conocer las relaciones con sus hermanos a base de charadas en donde
volaba la imaginación y el talento. Un talento reflejado en la capacidad para
enfrentar momentos difíciles, como aquel de dejar entrar un elefante a su
despacho presidencial sin que nadie se diera cuenta, ni él. El manejo de las
personas al saber rodearse de lealtades tan bien estructuradas que se la
jugaban por él a costa de sus propias carreras políticas. El pasar por el
gobierno durante cuatro años sin construir un solo kilómetro de carreteras , el
trabajo parlamentario reducido a un bloque de parlamentarios reunidos en comisión
para tratar de enmendar el entuerto en que se había metido, por haber recibido
de los narcotraficantes el dinero necesario para financiar la segunda vuelta
presidencial. Todo esto haría del momento algo inolvidable, parecido al que él
había conocido de cerca en su nativa argentina, pero de un gobierno más audaz
que el de los Kirchner . Conocer de boca la forma en que logró detener en la
fuente un proceso que no fue capaz de abortar la presidenta Dilma Rousseff en
Brasil, quien disponía de un escudero tan prestigioso como Luis Ignacio Lula Da
Silva, pero en todo caso inferior al suyo, de ampuloso verbo es cierto, más suficiente
para detener las acometidas de los adversarios y capaz de tapar el sol con las
manos. Ese día, el Papa, había mandado a hacer el mate más cargado que de
costumbre para tener el placer de repetirlo en el Despacho, ya en presencia del
invitado quien seguramente rehusaría el café colombiano preparado expresamente
para él, para acompañarlo con el mate y repasar las grandes tardes de su
adorado San Lorenzo de Almagro. Por todo esto, y por estar presidiendo uno de
los organismos más importantes del globo, como Unasur, en donde ha demostrado
con creces su lealtad con el Presidente Maduro, crecía la expectativa del Papa
por conocer a semejante personaje. De ahí que se quedara mirando a su jefe de
protocolo y con un nerviosismo que se le notaba en el rostro le dijo: lasciatemi
passare., ché.
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